Blanco y rojo
¿Qué mueve a los extraños a cubrir los cadáveres callejeros con lienzos blancos? Nunca he visto que a un cristiano (es tan sólo una expresión) fallecido en la vía pública los vecinos de esa calle lo cubran con trapos de otro color. Una vez sí, pero casi no cuenta: cuando mataron a mi vecina, alguien la cubrió con una cobija de cuadros azules y rojos, pero sólo unos minutos, luego la reemplazaron (a la cobija) por una sábana blanca que olía a nuevo o a Vel Rosita.
Vimos esta tarde un muerto a la orilla de la carretera; en la curva de El Barretal para más datos. Una caja de Sabritas, de ésas reciclables que no llevan grapas y es tan fácil alterar su forma una vez y otra, lo tapaba hasta los hombros; de ahí a los tobillos estaba cubierto por un trapo blanco. Estoy seguro de que esa tela era uno de los manteles del restaurante que, a unos pasos del muerto (es un decir, desde luego), hoy lucía tan vacío; quién sabe si esas manchas que en un principio atribuí al sangrado del muerto (es sólo una forma de decirlo pues ya se sabe que los muertos no sangran) eran en realidad vestigios de mole o asado o cochinita pibil. Más allá del trapo blanco destacaban los zapatos deportivos, menos blancos que el trapo, pero blancos al fin y al cabo; parecían dos cohetes a punto de largarse al cielo.
La posición del cuerpo era bastante engañosa. A juzgar por la distancia entre éste y el perfil del asfalto uno podría decir que se trataba de un atropellamiento. Pero viéndolo bien, el cadáver estaba tan derechito y tan elegantemente dispuestos los brazos y las piernas que cualquiera habría pensado, en lugar de eso, que el tipo estaba tomando el sol; situación poco probable a decir verdad, porque a esa hora, sin tumbona ni palapa, la sensación térmica era de unos cincuenta grados Celsius, quizá un poco más a ras del suelo, donde descansaba (es un decir) el cuerpo.
Esa costumbre del público me parece demasiado ingrata. Y no sé si ese gesto se deba a una legítima solidaridad con el cadáver desconocido o a una soterrada mezquindad hacia los curiosos que llegan después. Como sea, por esa sola razón no pude saber si el tipo fue atropellado, si murió de algún infarto o víctima de una bala. Por culpa de los curiosos tempranos tengo tan sólo la memoria del cartón, del trapo blanco y de unos zapatos tenis (muy bien atados por cierto, en el caso de que efectivamente se haya tratado de un atropellamiento).
Por esa mala costumbre, en lugar de estar ahora hablando de nuestra fragilidad, de lo fugaz que es la vida, de cuánto deberíamos agradecer la oportunidad de abrir los ojos cada día, de lo importante que es aprovechar cada momento y en fin de todas esas cosas en las que se suele reflexionar cuando uno vive momentos como éste, yo tengo que pensar únicamente en las razones de ese trapo blanco. No se vale, caray.
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