Más triste que un torero
al otro lado del telón de acero
(Así estoy yo sin ti)
L y M. Joaquín Sabina
Hotel, dulce hotel. 1987
Si hubiera algo en lo que depositara mi fe, mi esperanza toda, eso sería un boleto de viaje. Un billete de avión, de autobús, de taxi o de camión urbano. Incluso una entrada para el cinema. Pero nunca en vacaciones: odio las aglomeraciones humanas y más las automotrices. En vista de lo anterior, cada año ocurre más o menos lo mismo: le hago el amor a Victoria (la ciudad) desde el viernes santo hasta el día de resurrección. Luego la odio otra vez. En el ínterin soy turista en mi propio vecindario: calles, plazas, restaurantes y esquinas que el resto del año no podría admirar. Esta vez sin embargo quisiera estar en otro lado. Y Houston, esta vez, me parece tan, pero tan lejano. Caray, si tuviera visa no me verían por aquí.
(No puedo creer que haya dicho todo esto tan sólo por no mendigar -cosa que presiento inevitable- una llamadita telefónica. ¿A qué hora caí tan bajo? ¡Houston, tenemos un problema! )
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