Libros vacacionales

Porque se trataba de una presentación editorial, sólo por eso, nos vendieron el libro a precio rebajado: doscientos devaluados pesos. Una ganga, en palabras de las expendedoras (acá, entre nosotros, diré que ellas estaban de muy buen ver, tanto que a mí me revoloteaba en la cabeza la palabra "tanga" en lugar de la otra; detalle que, debo admitir, influyó un poco en esa difícil decisión), pues el precio de lista era de doscientos treinta. Confieso que no fue esa la única razón, pues ya había leído Duelo por Miguel Pruneda y me había maravillado (no diré más). Otra razón fue que los libros de David Toscana no muy fácil se consiguen acá. Alguna vez hallé en Gigante Historias del Lontananza (cuando se llamaba así, ahora, como María, se llama simplemente Lontananza) y lo escondí entre los demás para una visita posterior en la que ya no lo encontré; muchos, demasiados días más tarde, miré en la Kappa Duelo por Miguel Pruneda y me pareció tan caro que me negué a comprarlo; por fortuna Alfredo Marko me lo prestaría después. Fui al TamUx hace poco, esperando encontrar buenos precios mas no los hallé: es tanto o más cara que la Kappa, que ya es decir, y además no maneja Tusquets. Resumiendo, tenía que comprar el libro esa noche, y así lo hice.
Y a pesar de haber invertido en
El ejército iluminado toda la prima vacacional (quizá exagero un poquito), debo decir que ese dinero estuvo muy bien gastado. No se explica uno (quiero decir no me lo explico yo) de dónde le brota a ese autor tanta imaginación. Aunque, siendo justos, habría que decir que el universo Toscana no se circunscribe a la exacerbada explosión de la imaginería, sino también al uso cuidadísimo del lenguaje sin dejar por ello de ser propositivo y audaz.
En esta novela, las voces de Toscana narran en tres tiempos las indocumentadas hazañas de Ignacio Matus, maestro de historia en el Colegio Francomexicano, maratonista olímpico en 1924, donde le habrían otorgado el bronce si en vez de correr en Monterrey -de la catedral hasta García- lo hubiera hecho en París; maratonista olímpico también en 1968, otra vez en Monterrey, tan sólo para refrendar el derecho de
colgarse esa medalla ganada cuarenta y cuatro años antes y recibida por fin, vía el correo postal, de manos de una viuda gringa apellidada DeMar. Diez días antes, el General Matus, al frente de un ejército de cinco iluminados, se lanzaba en una heroica campaña cuyo objetivo era recuperar, para México, El Álamo, territorio que se perdiera en aquella guerra decimonónica.
Como si no fueran suficientes las disparatadas ambiciones del General Matus, tenemos a la par las historias y las personalidades de los iluminados, que son seis y no los cinco que lo acompañan a la guerra: Comodoro es quizá heroico entre los próceres; sin embargo su esposa, Azucena, quien es más Lola la trailera que adelita, llega a cuestionarse por momentos la gallardía de su obeso marido cuando lo compara con Ubaldo quien, enterado y sagaz, competirá por el liderazgo y la fama contra un gordo al que todo el tiempo imagina caído en la batalla; al Milagro lo acosan cada vez más los temblores y la imposibilidad de resolver cálculos matemáticos; Cerillo, que atravesará dormido toda esta aventura, alcanza sin él saberlo una celebridad inmerecida y fugaz; en cambio Caralampio ni siquiera irá a la campaña porque Comodoro ordena la partida mientras él, el más sociable, quizá el más avanzado del instituto, está en el retrete con su mochila llena de provisiones y anhelos más un kilo de veneno para ratas y una pistola.
"Realismo desquiciado", dijo alguna vez Toscana refiriéndose a su obra. Me parece que es la mejor forma de llamar a lo que él hace. Tenemos pues, en
El ejército iluminado, un manojo de situaciones que parecen al mismo tiempo tan cotidianas y tan absurdas. Tal vez por eso mismo, por disparatadas, es que nos resultan demasiado cercanas. Nadie se engañe al pretender retratar el modo en que habla la gente en la calle, porque en las charlas callejeras el hombre no hace literatura, dijo más o menos algún día David Toscana. En este sentido, los diálogos de sus personajes son pura literatura; hay una abrumadora erudición en El Milagro, en Comodoro y en Ubaldo; demasiada luz en los discursos de esos retrasados mentales que integran el ejército de Matus. Una sabiduría que -quién sabe- tal vez se encuentre en cada iluminado de los que nos encontramos en las calles.

-Hubo dos tirajes distintos de esta novela, los primeros libros salieron defectuosos; por cierto que este ejemplar es uno de ellos –me dijo el autor mientras firmaba el libro que compré.
-¿Sí?, ¿y en qué consiste el defecto? –pregunté al tiempo que consideraba devolver el ejemplar, con firma y todo.

-Una raya en la portada.

En efecto, hay una raya verde, de unos cinco centímetros, que no guarda relación aparente con el resto de la obra pictórica usada en la portada. En el interior, en cambio, no hay defecto ninguno.

Dos días antes de conocer a Toscana había comprado un libro que ya había visto en la Kappa en $ 140.00 y que encontré después en Gigante en $ 99.00. A diferencia de lo que me pasó con Historias del Lontananza, Sabina en carne viva. Yo también sé jugarme la boca, de Joaquín Sabina y Javier Menéndez Flores, me coqueteó una vez y no quise comprarlo, luego lo vi otras dos ocasiones y al final me lo llevé. Quisiera hacer tantos buenos comentarios acerca de este libro porque (ya lo saben, ¿o no?) me gustan las letras de Joaquín, pero lo cierto es que no encontré lo que buscaba. Salvo algunos temas en los que parece profundizar, todo se ve tan superficial, manoseado como si no quiere la cosa. Tal vez se deba esta impresión mía a que los de mi generación ya estamos algo enterados de la vida de Joaquín Sabina. Y yo es que nunca me he podido acostumbrar a que me cuenten las novedades sin detalle. Debo decir en principio que no me gusta el estilo de Menéndez Flores, aunque quizá no toda la culpa sea suya, pues en los temas que más quisiera yo saber me encontré siempre a Sabina citando a Forrest Gump: "Y no tengo nada más que decir". Detalles entrañables, sin embargo, cuando habla de su padre y de su abuelo, o cuando discute sobre Cuba y Fidel. Es, por cierto, este último tema en el que Sabina se extiende más, y en ese no tengo reclamo. Otro aspecto destacable son las recomendaciones literarias que hace a lo largo de la entrevista. A propósito de todo esto, hay un brevísimo pasaje que cuenta la visita de Alejandro Sánchez P. (o séase Alejandro Sanz) a la casa de Sabina, donde vio la biblioteca de Joaquín. Alejandro -comenta Joaquín- dijo una cosa muy graciosa: "Y tanto libro, ¿pa' qué?". Luego remata: A mí los benditos poetas líricos me han vuelto coleccionista y bibliófilo sólo por joderlos. Creo que después de eso bien vale usar la frase de Gump. A fin de cuentas pienso que, como los anteriores: Perdonen la tristeza, Esta boca es mía o Ciento volando de catorce, esta "biografía definitiva" (que no es tal, podría jurarlo) está hecha para que la disfruten quienes aman la música y los conceptos y la forma de ver el mundo y en fin la lúcida desfachatez de Sabina sin poner demasiada atención a lo literario ni a lo periodístico.

El ejército iluminado. Toscana, David. Tusquets Editores México, S.A. de C.V. D.F., México. 2006. 233 p.

Sabina en carne viva. Yo también sé jugarme la boca. Sabina, Joaquín, y Javier Menéndez Flores. Random House Mondadori, S.A. de C.V. D.F., México. 2007. 417 p.


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