Publicar es liberar palabras

 


Era casi mediodía del 10 de mayo de 2022 cuando advertí en mi celular varias llamadas perdidas y un par de mensajes sin leer. Entre asuntos escolares, laborales y domésticos, la mañana se había ido por la ventana. Las llamadas procedían de Reynosa, donde no tengo familia. En uno de los mensajes, una amiga me avisaba de que Mercedes Varela me buscaba con insistencia. El otro mensaje era de la propia Mercedes:

“¿Sería posible que me enviaras un cuento tuyo? No recuerdo el nombre, pero la historia trata de un niño que resguarda con su vida el refrigerador que ganó su mamá. Hoy te leerá mi hijo en una maquiladora. Se lo pidieron. Cada año lo lee. A él le parece muy triste, pero las mamás lo quieren escuchar. Tal vez les gusta llorar”.

Además de narradora, Mercedes Varela es una incansable promotora de lectura en su ciudad —de hecho, la primera sala del PNSL que se estableció en Tamaulipas fue la suya—, esta pasión la comparte su hijo César.

El texto en cuestión era “El refrigerador”, que apareció por primera vez, con otro título, en el suplemento Laberinto del diario Milenio en mayo de 2013 y sería recogido en el tomo ocho de la serie antológica Sólo cuento, publicada por la UNAM, en 2016.

Quizá influido por la fecha, experimenté un coctel de emociones; caí en cuenta de que ese y otros cuentos se habían quedado sueltos, repartidos en un puñado de antologías y periódicos, y otros tantos permanecían inéditos desde el día en que dejé de escribir, hacía ya casi diez años. Si hoy muriera —pensé—, el resto del mundo no se perdería de nada, excepto ese grupo de trabajadoras reynosenses que bien merecían contar en su acervo con un ejemplar decente.

Así nació el deseo de desempolvar los archivos, reunir los cuentos desperdigados, integrar un volumen y liberarlo en internet, con destino inmediato en las salas del Programa Nacional Salas de Lectura (PNSL). Luego vendrían los planes de ponerlo en papel.

En su origen, este cuentario fue parte del producto de una beca del PECDA 2011 (la otra parte, conformada por ensayos y dramaturgia, se publicó en 2013). La idea general fue construir de manera alegórica un paralelo entre los personajes arquetípicos de la pastorela mexicana (pastores, peregrinos, ángeles, tentaciones y demonios) y la realidad nacional del momento, otorgando el protagonismo a las víctimas y supervivientes de la violencia criminal.

La mayoría de las historias, pues, se inspiraron en la trágica experiencia de gente cercana a mí: amigos, alumnos, exalumnos, colegas, familiares. A modo de homenaje, algunos textos están dedicados a ellos.

Con Rolando Aguilera he sostenido una relación laboral y un intercambio de ideas desde mediados de 2009. Sus puntos de vista sobre literatura y otras disciplinas iluminan a menudo zonas que de otro modo quizá no podría descubrir. Él estuvo muy cerca —literalmente al otro lado de la pared— mientras yo escribía estos relatos. Así que le conté mis planes y le pedí un prólogo que recordara nuestras conversaciones añejas. Su contribución es muy generosa.

Alejandro Betancourt es testigo de mis primeros intentos por casar unas palabras con otras, y yo, en cambio, he visto cómo se ilumina su cara cuando toca la poesía, la escritura, la crítica, el diseño, la edición. La dedicación y el cariño que imprime en sus trabajos se nota en cada página del libro y en los detalles de la portada que dibujó a mano.

En cada rincón de México, los mediadores del PNSL animamos a los integrantes de la comunidad lectora a producir textos propios y transformarlos en libros que enriquecen el acervo de la sala, sobre la idea de que publicar es poner en el espacio abierto nuestros escritos para que muchos los lean. 

Con ese propósito pondremos en circulación esta obra el miércoles 26 de abril en la Feria del Libro de la UAT, en formato impreso para algunos amigos y mediadores de salas de lectura de Tamaulipas, y más tarde en formato electrónico para quien quiera leerlo.

Agradecimiento infinito a quienes contribuyeron a este proyecto.


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