En eso

ACOSTUMBRO SOÑAR POCO. O, dicho mejor, me resulta difícil recordar los sueños. Cuando tengo memoria, así sea fragmentada, de ellos, emprendo una racionalización que me pone de malas. Ahora que lo pienso bien, quizá sea por eso mismo que cada vez los recupero menos.
Hace demasiados años —¿diez, doce?— soñé que Thalía, la ex Timbiriche, me invitaba a subir al escenario, donde ejecutaba una rutina parecida a la que protagonizaron hace poco doña Alejandra Guzmán y don Adalberto Ramones. Recuerdo cuánto quise hallarle un significado a ese sueño. Todas las veces fallé.
Ayer o hace dos noches soñé a Liliana V. Blum. En este sueño, nuestra amiga le anunciaba a un numeroso público cómo, después de viajar un mes a Hawai, montaría una lavandería donde dejaría impecables los uniformes de todos los burócratas tamaulipecos.
Disparatado, absurdo, idiota. Sí, como todas las historias que sueño. No obstante, hay en esa evocación, creo, un hilo que la une a la realidad como se unen el papalote y la mano.
Alguna vez oí a Liliana responder "Ama de casa" cuando le preguntaron su ocupación. Desde luego lo es, como la mayoría de las mujeres, pero ella se ubica en esa posición, además, con fines científicos.
No quiero parecer simplista. Ya he dicho antes que esta escritora durangotampiqueña es especialista (me atrevo a decir que como pocas) en desmenuzar la sicología de las mujeres, particularmente desde los roles familiares (esposa, hija, madre, amante) . Si algo hace mejor, eso es observar la conducta de las mujeres y ponerla luego en palabras. No se siente usted a su lado en un festival escolar ni haga fila detrás de ella en la caja del súper si no quiere convertirse en un atribulado personaje de ficción (esta última palabra debiera escribirse siempre entre comillas). Aquí opera el verdadero oficio de la Blum. Ella es escritora; una de las mejores que yo he conocido.
Con el cuentario ¿En qué se nos fue la mañana? (Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes 2007) Liliana ganó en 2006 el Concurso Regional del Noreste Juan B. Tijerina. Se trata de nueve historias en las cuales, como lo haría más tarde en Vidas de catálogo y El libro perdido de Heinrich Böll, nos retrata un puñado de mujeres sobrellevando un sometimiento sutil o rotundo frente al varón. Más de una buscarán, por distintas vías, la reivindicación o la venganza; otras encontrarán la confirmación de su vasallaje.
Los temas recurrentes de Liliana están aquí junto con algunas novedades. Está igualmente el texto que apareciera en aquel número que la revista Tierra Adentro dedicara al desierto: Arena por las venas.
Pero de todo este volumen puede que sea Termitas el que mejor amalgame las características de la literatura lilianauveblumiana: la crisis afectiva de un matrimonio de clase media donde el deber ser de hombres y mujeres es pintado con solvencia; como fondo de esta historia, la metáfora de una casa atacada por los termes, carcomiendo todo en silencio antes de ofrecernos un desenlace sorpresa: una acción tan a tono con la vida, reivindicativa y estéril.
En El canario, último cuento de la serie, la Blum muestra y denuncia, critica y reclama. Se observa a sí misma y al resto de las personas, sean hombres o mujeres. La palabra sirve a veces también para expresar el hartazgo que la reiteración de la injusticia provoca en algunas personas.
Nos será difícil encontrar otra narradora que describa, al grado que lo hace Liliana, la cotidianidad (así debería escribirse, y no "cotidianeidad", por mucho que la RAE acepte también esa última), que haga de lo común descubrimiento y excepción.
Leámosla pues, y que se nos enchine el cuero cuando nos demos cuenta de que estamos en remojo.

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