Perro


"No había escuchado mal: a partir de entonces, si quería evitar una paliza, tendría que convertirme en un perro. Los perros teníamos como función servir a un cadete de preparatoria durante las horas de descanso. Como recompensa, mientras el amo nos cubriera con su manto protector, nadie más podía abusar de nosotros. ¿He dicho algo nuevo? Nada que desconozca cualquier delincuente de barrio o cualquier policía de baja estofa. Recordé las palabras de mi abuela: "Los militares son todos unos criados". No serviría a los tres cadetes, sino sólo al cabo Plateros, quien, en señal de bienvenida, me dio una monumental palmada en la nuca.

-¿Entendiste, perro? Aquí vas a aprender a ladrar.

-Sí, seré el criado de un criado -dije entre dientes, pero Plateros no me escuchó porque en medio de risas intentaba excusarse con sus compinches.

-Me tocó un perro medio gacho, pero si lo educo puede servir. Luego los perros corrientes son los más fieles -reía, y su risa hacía que la Luna, el Sol y los demás astros olieran a podrido.

-A ver, cadete, ¿tienes pedigrí o eres un jodido perro callejero?

-Callejero -respondí.

-¿No les digo? Siempre me tocan perros pobres. En vez de carne molida voy a alimentarte con esto -dijo el cabo Plateros tocándose la entrepierna. Sus amigos reían, como hienas danzando en torno a la carroña".


Guillermo Fadanelli

Educar a los topos

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