Chivato



U n a p a n t e r a e n e l s ó t a n o

Amos Oz

trad. de Marta Lapides, Sonia de Pedro, Raquel García Solano

FCE-Ediciones Siruela, 2005, México, 164 pp.




"Su hermana, Yardena, tocaba el clarinete. Una vez me desinfectó y me vendó una herida en la rodilla y yo lamenté no haberme hecho daño también en la otra. Cuando le dije: 'Muchas gracias', se echó a reír, con esa sonrisa cantarina normal en ella y, dirigiéndose a un público inexistente, dijo: 'Miren, un niño que no ha salido aún del cascarón'. No supe a qué se refería Yardena al decirme que no había salido del cascarón, pero en ese momento supe que alguna vez lo sabría, y que cuando lo supiera me daría cuenta de que siempre lo había sabido. Es algo complicado y tendré que buscar la manera de explicarlo. Quizás así: hay una especie de sombra del conocimiento que viene mucho antes que el conocimiento en sí. Y fue por esa sombra de conocimiento por lo que tuve la sensación de ser un despreciable y vil traidor aquella tarde sobre la azotea, cuando por casualidad la vi cambiándose de ropa, y aquello que casi no vi volvía a mi memoria una y otra vez. Mi vergüenza era tan grande que me estremecía como el chirrido de la tiza en el pizarrón, o como la acidez del jabón entre los dientes: ése es el sabor de la traición en el momento de la traición o un poquito después. Quise escribirle una carta, explicarle que en realidad nunca tuve la intención de espiarla, y pedirle perdón. Pero, ¿cómo podría? Especialmente desde entonces, cada vez que me apostaba en el sitio de observación de la azotea, me era imposible no recordar que ahí estaba la ventana, enfrente, y que no debía mirar en dirección a esa ventana, ni por casualidad, incluso en contra de mi voluntad, ni siquiera debía mirar de pasada cuando observaba el horizonte desde el monte Nabí Samuel hasta el monte Scopus".



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