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"Así habían sido tus primeros meses en Veracruz, Pablo, semejantes a esa borrachera: no tan fuerte como para que los demás la advirtieran, ni tan leve que te dejara desenvolverte con naturalidad. A medios chiles, ¿recuerdas? Recién iniciado tu gobierno, te sentabas a reflexionar sobre cada uno de los problemas que aquejaban al país, los aislabas para comprenderlos mejor, y cuando creías que habías encontrado la solución e intentabas hacer algo, lo que fuera, de pronto todo se volvía confuso, las cosas parecían moverse de sitio, los hombres cambiaban de actitud de un día para otro según las circunstancias. Entonces las decisiones tomadas resultaban inútiles y las que estabas por tomar carecían de sentido y te veías obligado a consultar a quienes miraban más claro que tú."


Leo la novela de Parra. Debo aceptar que no me gusta el comienzo, que los personajes, todos, me parecen acartonados y los datos históricos metidos con urgencia. Pero unas páginas después, sólo unas pocas, Juárez, Ocampo y Romero, la entrañable Margarita, se van sacudiendo las capas de enjarre; se mueven, se ven tan vivos que uno casi los escucha respirar. Presiento que Eduardo Antonio Parra ha escrito un libro memorable.
Estuve en la presentación de esta novela, allá en Guadalajara. Ahí Parra dijo haber experimentado lo que les pasa -y eso no muy seguido- a los grandes escritores: escuchar la voz del personaje. Y dijo también que la voz de Juárez y la suya (o la del narrador, para decirlo de mejor manera) se volvieron una sola.
Lo que ahora mismo me pregunto es cuál de las voces (la de Parra, la del narrador, la del mismo Juárez o la mía) se atrevió a alburear, y de qué modo, al indio-zapoteca-madre-mía-de-guadalupe-salva-a-nuestro-pueblo-azteca. Respeto al derecho ajeno, pues.


Juárez, el rostro de piedra
Eduardo Antonio Parra
Random House Mondadori, S.A. de C.V.
México, 2008.
440 p.

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