Traspiés lingüísticos en la provincia tamaulipeca 22

Con bastante frecuencia, en este sucio agujero otorgamos a los verbos un valor reflexivo sin efectuar antes una mínima reflexión. A la primera oportunidad, agregamos la forma enclítica del pronombre personal al imperativo de un verbo cualquiera y decimos, por ejemplo, “Fulano, tráete los refrescos” en lugar de decir: “Fulano, trae los refrescos”.
Fue a la mitad de un verano, a inicios de la década de 1980 cuando, cierto mediodía, mi madre estaba muy ocupada confeccionando uniformes escolares para propios y extraños. A medida que se acercaba el inicio del ciclo lectivo, se pasaba las mañanas, las tardes y buena parte de las noches pedaleando su vieja Liberty. A pesar de la crisis y de todo lo demás, doña Aurelia procuró que a sus retoños no les faltara nunca su ración diaria de vegetales y lácteos. Para la comida de ese día iba a preparar una coliflor entera gratinada al queso.
Es sabido que ese tipo de coles adoptan figuras caprichosas y que su superficie debe ser, a veces, lavada incluso con un buen cepillo. Llamó pues mi madre a mi hermana, que estaría entonces arrinconada bajo la mesa, pespunteando vestidos para sus cuatro o cinco muñecas, imitaciones de Barbie.
—Marissa, hija, lávate la coliflor.
Bien se sabe que, salvo excepcionales casos, los humanos (o humanes) actuales carecen de apéndice caudal, sin embargo, la retórica callejera se refiere al ano propio o ajeno, y del mismo modo a la anatomía circunvecina, con los nombres genéricos de rabo o cola. Son ejemplos clásicos:
“No le darán más que una patada en la cola”
“Está loco y malo del rabo”
“¿Siquiera sabes limpiarte la cola?”
Por razones semejantes, a la cebolla tierna, ésa que se comercializa aún con sus verdes hojas (razón por la que en algunos países se le conoce como “green onion”), es conocida por estos rumbos como cebolla de rabo.