Lo que dice (donde la dejan) Liliana Blum



LUEGO DE QUE UN EX BEISBOLISTA saliera en TV recomendando a los tamaulipecos las ventajas de seguir usando los mismos viejos guantes, aun cuando éstos lucieran desgastados, sucios e inútiles y además despidieran un persistente olor a culo (Sorais dixit), comenzaron (ahora sí, porque antes no se podía hacer promoción como candidato) las campañas de un tal Pepe y un tal Mostachón.
En la tevé, uno cuelga en la pared su título de doctor. Los que tengan buenos ojos o una pantalla de 42 pulgadas podrán notar que ese señor sí estudió en Tamaulipas. A huevo, ése es fiel al terruño. El otro debe aclarar que, aunque se preparó en otro lado, volvió a su tierra para ofrecerle su trabajo y experiencia como ingeniero agrónomo. Nadie negará, entonces, su empatía con el campesinado. Ambos se dirán orgullosos de haber servido a su pueblo como diputados, senadores o funcionarios. En otras palabras, ensalzarán lo poco (o casi nada) que han hecho en sus vidas.
Uno de ellos, para que no quede duda, vestirá del mismo modo que el mandamás en turno (mismo traje y corbata, aunque diferente talla) y utilizará idénticas frases: "Tamaulipas no es la excepción", "me comprometo a seguir trabajando"; el otro se ha cambiado el nombre por dos principales razones; una, que la gente dice más rápido Pepe que José Julián; la otra, hay que estar cerquita de la gente, si no ha de ser en mítines ni marchas ni foros ni entrevistas, al menos que sea en el trato coloquial vía el canal que todos vemos.
Empezó otra representación de la obra que ya hemos visto tantas veces. Una en la que todos participamos; si unos lo hacen como meros espectadores, otros debemos entrar como extras, utileros, maquillistas e incluso como parte de la escenografía.
A mi amiga Liliana V. Blum le tocó un día de estos entrar al reparto, luego hizo una crónica de su experiencia en un desayuno de las fuerzas vivas. Un texto que podría calificar de certero y divertido, incluso de buen gusto si esto fuera posible al hablar de un evento de esos. La Razón, el diario que publica su columna, se negó a divulgarlo. Vaya tontería. Les pongo aquí, con el permiso de su autora, la enunciación de su corajina y enseguida la mencionada crónica.

No se puede decir eso
Por Liliana V. Blum



Una vez conocí a un señor de la SCT que me caí rebien, y se refería a los jefes o gente de más arriba, la que ostenta cierto poder, como “muelas de coyote”, y se refería como “cañas asadas” a la persona que estuviera cerca de él, o a una persona cualquiera. Pues bien, esta vez muy sugestivamente me han hecho entender que hay ciertas cosas que no pueden decirse. Resulta que el sábado pasado asistí a un desayuno con el candidato del PRI a gobernador de Tamaulipas, Rodolfo Torre Cantú y después escribí una crónica del evento para que se publicara en mi columna de los lunes, “Las alas del alacrán“, en el periódico La Razón. Amanezco este día con la noticia de que no será posible publicar mi escrito.

La parte triste no es que yo haya disfrutado un mogollón (así con acento ibérico) escribiéndola. Lo triste es que eso me pinta un panorama mucho más deprimente de lo que yo creía de la actualidad. Es cierto, no estamos en aquellos tiempos cuando los dinosaurios y los priístas enseñoreaban la tierra, cuando un periodista o un caricaturista podía “desaparecer” como en las mejores dictaduras latinoamericanas por escribir o dibujar algo indebido. Aquellos tiempos del PRI-rex y los terodáctilos, cuando en la televisión no se podía hacer mofa de los presidentes. Ciertamente hemos avanzado desde entonces.

Lo que me parece realmente triste es que en México a diferencia de otros países, no pueda haber una postura valiente de los medios de comunicación y los cojones de decir: Aunque lo que se publique en mi periódico no es el punto de vista nuestro, estamos por la libertad de expresión y la visión crítica de nuestros colaboradores. Eso sería tan lindo, pero es tan imposible como el servicio de recolección de basura en ciudad Madero o que tengamos calles decentes en Tampico. Aunque nuestros políticos y esposas se vean tan, pero tan lindos en la sección Chic del Milenio local, “honrando” y “apoyando” al candidato de su partido. Al parecer esa es su función primordial y no otra.

Dice Ayn Rand que la fuente de la autoridad del gobierno es el consentimiento de los gobernados. Esto quiere decir que el gobierno no es el “soberano”, sino el “servidor” o el agente de los ciudadanos. Esto significa que el gobierno por sí mismo no tiene derechos, excepto los derechos delegados a éste a través de los ciudadanos para un propósito en específico. En otras palabras, garantizar la seguridad, la propiedad privada, crear infraestructura, etc. No entiendo por qué entonces tanta gente se hinca frente a estos “servidores públicos”, así trasero empinado al aire, como si le estuvieran rezando a la Mecca. No entiendo por qué la necesidad de lamer botas (por no usar la palabra culos, que a muchos les incomoda, pero al final es una imagen mucho más acertada), por qué estas ganas de granjearse a los políticos, de quedar bien, de acallar cualquier crítica, de no pisarles los talones, al contrario, de ponerse como un trapo para que ellos pasen por encima y no se ensucien en el charco sus zapatitos de varios miles de dólares. ¿Qué dice eso de la gente? ¿Que realmente tenemos a los gobernantes que nos merecemos?

Yo no soy nadie, no soy importante más que para los que me quieren. Mi columna fue una crítica social, más que nada a la actitud de los que asistimos a ese evento, yo incluida. Ni siquiera me metí con el candidato porque le estoy dando el beneficio de la duda, espero que haga algo bueno y no como nuestro alcalde, Oscar Pérez, que ha llevado la ineficiencia y la corrupción hasta donde ya no estábamos acostumbrados, luego de una sana alternancia, cuentas abiertas por internet, y relativo buen trabajo de otros alcaldes, como Azcárraga, Elizondo, Rábago, Hinojosa, etc. Todos los que trabajan para el municipio lo saben, todos los que transitamos a diario por las calles lo sentimos.

Y eso se llama querer tapar el sol con un dedo. Creer que si se acallan las voces disidentes, las pocas críticas que se atreven a no sacar la lengua para lamer lo que haya que lamer en pos de un hueso imaginario (que ya están todos repartidos, mis queridos) o de “quedar bien” a los ojos de muelas de coyote, creen que con hacer eso toda esta simulación democrática va a parecer auténtica. Que todos vamos a vivir mejor, como esos folletos verdes que ensucian y prometen por toda la ciudad. Hace tres años fue lo mismo, y miren cómo estamos en Tampico. Nunca peor, me parece. Tal vez si la gente que llega a leer a esa tal Blum los lunes no leen su crítica, nuestra ciudad estaría mejor. Seguro que sí. Igual que invocar a la virgen o al chac-mool trae las lluvias. Justamente igual. Amén.


Y ahora, el texto que no publicó La Razón:

Lo que uno hace

Uno puede hacer cosas (hasta lo indecible) por los amigos o por verdadera convicción. Por esperanza, por borreguismo, o por fe (la hay política, la hay religiosa) o por mera estupidez (que es casi lo mismo que la anterior, es decir, apagar la razón), justo como las familias de las consagradas al Padre Maciel pensaban que hacían algo bueno por sus hijas. Cof, cof. Pues bien, yo acabo de regresar de un evento proselitista con el próximo gobernador de Tamaulipas. No digo candidato porque aunque soy tan homínida como el que más, nunca ha sido mi vicio chupar mi pulgar oponible. No podemos hablar realmente de democracia cuando los otros partidos de oposición, además de los chiquilines, no se han tomado ni la molestia de ensuciar nuestra ciudad con su propaganda. Un par de espectaculares azules por toda la ciudad, algunas paredes pintadas de amarillo y sol, pero no más. La ciudad tapizada con los colores de la bandera, todos los taxistas, microbuseros, petroleros y maestros con los letreros del “candidato” y la entrega semanal de despensas desde finales del año pasado (con sus rigurosas listas de beneficiarios): estamos ante una multimillonaria simulación de una parte y una gran incompetencia de la otra.

Nos citaron unas tres horas antes de que llegara el casi gobernador. Los expertos en crear redes, hacer contactos, saludar a las personas indicadas y pulir traseros estratégicos, no perdieron su tiempo. Yo conté las mesas y multipliqué por las sillas: 1,440 gorrones al desayuno, más los parados que no alcanzaron lugar, tal vez unos 1,500, sin contar a los meseros, camarógrafos y fotógrafos. El aire acondicionado funcionaba a la perfección, los baños limpísimos y sobrados en número, los meseros que acudían prestos al llamado del café, se respiraba un ambiente de “en Tamaulipas todo está perfecto”. Al llegar, las edecanes (casi todas rubias artificiales) indicaban la mesa asignada al gremio de cada uno: estábamos los artistas (debo incluir una sonrisa sarcástica cuando digo la palabra), maestros, funcionarios en activo, los retirados, deportistas, empresarios, mecenas, promotores culturales, líderes de esto y aquello, las barbies que yo supongo eran el accesorio de ciertos hombres de poder, etc. El menú: café, jugo de naranja natural, plato de frutas, chilaquiles con inoculación de pollo y frijolitos. La música de fondo: la canción del candidato que subliminalmente se grababa en nuestros cerebros a fuerza de escucharla vez tras vez. Sobre la mesa, un librito para cada quien, en papel brillante y full-color sobre las buenas intenciones y promesas para Tamaulipas de este hombre.

Al fin llegó el tan esperado. Casi todo mundo se puso de pie, en un reflejo cuasi-católico; hasta me pareció escuchar una campanita en la lejanía. No sé si la gente se paraba para verlo, o para que él viera que estaban allí, o simplemente porque todos lo hacían y hay personas muy miméticas. Yo por supuesto permanecí con mi trasero bien pegado a la silla. Con mi reducida estatura no haría mucha diferencia de todas formas y ciertamente la plática con mis compañeros de mesa era mucho más interesante: había una barbi teñida de rubia en la quinta década, bronceado de máquina, cuyas piernas eran realmente perturbadoras y no de una manera positiva. Luego vino el largo proceso de que el candidato pasara por cada mesa y estrechara nuestras manos. No se me ocurrió llevar el gel desinfectante. Sólo dios sabe en donde hayan estado las manos de todos esos asistentes. Luego vinieron las fotos grupales, las sonrisas obligadas y el protagonismo de algunos. Después el discurso, agradecimientos, apoyos visuales en pantalla, aplausos y supongo que una que otra lagrimita.

Afuera, el calor era abrumador. Quemaba estar a la intemperie. Dice la radio que la sensación térmica es de 45ºC. Salí en mi auto, atrás de camionetas nuevísimas y lujosas (gente bien o narcos, ya se sabe que los gustos automovilísticos a veces se sobrelapan). La calle que da al centro de convenciones estaba flanqueada por estudiantes de prepas públicas y señoras de colonias populares que sostenían banderas con el nombre del candidato, su partido, y saludaban y gritaban con un triste entusiasmo. Quién sabe desde qué horas esperaban la salida del candidato. Sentí pena por ellos y alivio por irme de allí. Algunos reciben torta y refresco por su voto. Otros, desayuno en el centro de convenciones. Todos somos acarreados, pero unos más VIP que otros.

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