En griego

"-¿Recuerdas lo que hablamos anteayer, patrón? Tú decías que te gustaría iluminar el espíritu del pueblo, abrirle los ojos. Pues bien, ¡mira! Para tu placer no tienes sino que abrirle los ojos al tío Anagnosti. ¿Viste cómo su mujer se estaba delante de él, esperando órdenes, como un perrillo amaestrado? Ve tú, ahora, a predicarle que la mujer tiene iguales derechos que el hombre y que es una crueldad inaudita que te comas un trozo de la carne del cerdo mientras el cerdo vivo se queja de dolor en tu presencia, y que es una gran idiotez el dar gracias a Dios por el hecho de que Él lo posea todo y tú te mueras de hambre. ¿Qué saldría ganando ese pobre diablo del tío Anagnosti? Sería el comienzo de riñas enconadas, la gallina pretendería convertirse en gallo y la pareja habría de trenzarse en lucha a picotazos, desplumándose mutuamente... Deja en paz a la gente, patrón, no les abras los ojos. Si acaso se los abrieras, ¿qué verían? ¡La miseria propia! Déjaselos, pues, bien cerrados, para que sigan con sus sueños.
Se calló un minuto, rascose la cabeza. Meditaba.
-A menos -dijo después-, a menos que...
-Veamos adónde nos lleva ese "a menos que..."
-A menos que cuando abran los ojos puedas mostrarles un mundo mejor que el de las tinieblas en que ahora se pavonean... ¿Puedes mostrárselo?"
Se calló un minuto, rascose la cabeza. Meditaba.
-A menos -dijo después-, a menos que...
-Veamos adónde nos lleva ese "a menos que..."
-A menos que cuando abran los ojos puedas mostrarles un mundo mejor que el de las tinieblas en que ahora se pavonean... ¿Puedes mostrárselo?"
Nikos Kazantzakis
Alexis Zorba, el griego
Roberto Guibourg, traductor
1997, Lohlé-Lumen, Buenos Aires