Reír en una ciudad desangrada




La primera vez que vi a Luis Valdez fue en su blog, Ciudad Mascota, en 2005, cuando anunciaba su próxima lectura en una mesa del Encuentro Nacional de Escritores de Tierra Adentro, que aquel año formó parte de la FIL. Supe entonces que Luis había rebautizado con ese nombre a su ciudad, Monterrey. La fecha señalada compartimos una mesa. Creo que él habló de cantinas y yo, de perros quemados. En uno de mis despistes creo que también compartimos la botella de agua, pero no llegamos a más.
La segunda vez fue al año siguiente, en Durango, en un taller que coordinó Daniel Sada. Entonces compartimos de día la habitación y números de teléfono; de noche, la ruta por los salones del centro, cosa que repetimos en 2007 en compañía de Juan Miguel y Gerson Gómez, pero en los bares, tabledances y cantinuchas de Monterrey. Recuerdo bien que esa noche Gerson acompañó en las percusiones a un trovador local, que yo perdí y
luego recuperé mi cámara de fotos y que una bailarina cacheteó a alguien. Recuerdo que atravesamos unas cincuenta puertas antes de cerrar por fin los ojos.
Menciono todo esto a propósito de la nueva novela de Luis, Mascotas muertas, que el Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León publicó bajo el sello de Ediciones intempestivas, obra en la que Luis Valdez aborda, como lo hizo en el libro de crónicas Por qué los cleaners no van a salvarnos, editado en 2011 por la Universidad de Sonora, la melancolía de los ciudadanos que ven a una ciudad consumirse entre el fuego de las mafias, la policía, el ejército y los políticos, si acaso no cupieran todos ellos en la primera palabra.
Los psicólogos dicen que la risa nerviosa es una señal de estrés, de angustia, una reacción involuntaria que suele manifestarse en seguida de una situación traumática. Pues bien, el humor presente en estos dos libros de Luis Valdez (toda la obra suya que conozco tiene una fuerte dosis de humor e ironía) provocan ese tipo de risa, debido tal vez a la aborrecible realidad a la que aluden.
Lou Rodríguez, columnista del Ciudad Mascota News, se torna un día en detective (quizá influido por el personaje homónimo de la serie Miami Vice) y convierte en objeto de su investigación a su vecina Judith. Así van entrando en escena personajes extrañamente duales: caricaturas que reflejan muy claramente su decadencia personal tanto como la de Ciudad Mascota.
Tal como pasa en la vida real, ni el narrador ni los personajes llaman a las cosas por su nombre. En Ciudad Mascota dos bandos de la mafia son los naZis y el cártel de la jaiba. Luego que el ciudadano ha tenido que renunciar a vivir donde vivía, a viajar en lo que viajaba y a beber donde bebía, acaso esta prerrogativa sea la única que conserve el escritor: usar en sus historias los nombres que le dé su gana.

Desde su título, Mascotas muertas no es una novela esperanzadora. En una ciudad que se muere no hay salvación, al menos no para todos. Un escape es un respiro solamente. En esta, que no es otra estúpida novela de naZis, eso al menos es algo, dirá Lou Rodríguez cuando, finalmente, se sepa vigilado incluso por un personaje de su invención.

Valdez, L. (2012). Mascotas muertas. Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León. 73 p.

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