Libros vacacionales II



Detesto andar el asfalto durante las vacaciones. Por mi cuenta no pondría un pie -ni un neumático- sobre la carretera, pero el trabajo es primero y los compromisos, sagrados. Por esas ridículas guardias vacacionales (ésas en las que los profesores van a las escuelas a hacer nada en vacaciones y se ganan con esto el derecho a descansar un día de clases), me vi en la carretera nacional apurando mi cochiquero. Me llevé entonces una novela que compré -en rebaja- hace tres años y cuya lectura empecé en una oficina desierta. Siete horas después estaba de regreso, en un café igualmente deshabitado, obligado a terminarme esa historia.

No es que me desagrade viajar -todo lo contrario-, lo que no me gusta es padecer las condiciones de una autopista abarrotada, como me sucedió lunes y martes. Por fortuna el regreso era tan distinto: por cada vehículo que transitaba con dirección a Ciudad Victoria, veinte se movían con destino a Monterrey.

A propósito de las vacaciones, el relato de algún viaje no me venía nada mal. Escogí Los impostores, de Santiago Gamboa, que dormía en el cajón de un armario cuya función no es otra sino guardar los libros que por una u otra razón no deben estar a la vista. Nada del otro mundo: tres personajes (un filólogo alemán, un periodista colombiano residente en París y un -mal- escritor peruano establecido en gringolandia) se encuentran por diversas razones en la China contemporánea, donde se ven envueltos en un remolino de intrigas cuyo eje es el manuscrito de una obra que en la China de 1901 desencadenó una revuelta xenofóbica. Conviven en esta historia, y eso puede ser un gran acierto -que lo digan los que saben-, elementos de esas yerbas que algunos llaman novela culta y novela negra. Son coyunturas del esqueleto las constantes referencias bibliográficas que hacen los cuatro personajes centrales (hay uno más, un sacerdote francés quien, mientras protege el manuscrito, escribe esta historia), cuyo anhelo es alcanzar la gloria a través de la Literatura. La columna vertebral, por supuesto, la constituyen el enredo, el espionaje y unas cucharaditas de acción, ironía y humor. Es en esta última parte donde la novela nos queda a deber.

No es lo mismo mantener el humor que contar chistes, ésa es una diferencia simple; sin embargo algunos no la entienden. Si bien en Los impostores Gamboa maneja, las más de las veces, una fina ironía, en ocasiones es evidente la intención de forzar el humor con situaciones y frases reiteradas; desde describir las edades de los personajes siempre en la forma: "Tendría cuarenta y cinco años. En ningún caso más de 50", hasta la manera en que Nelson Chouchén -el peruano- confirma que nadie ha leído su obra. La parte de la acción -que por fortuna es de tan sólo tres páginas- es un pastiche facilón de las peores comedias de acción joligudenses.

"¿Cómo diablos se enciende este carro?
Tres pedazos de teja golpearon contra el techo de la camioneta.

-Con la llave -me dijo-. Si logra evitar el temblor de las manos podrá introducirla en el arranque. Apúrese." (p. 205)


Leyendo diálogos como el anterior o como el que sigue, es imposible erradicar de la cabeza la imagen de Jackie Chan discutiendo con cualquier actorcito negro, blanco o gris de ésos que le sirven de comparsa.

"-¿Alguien más está herido? -preguntó Zheng.
Nadie dijo nada hasta que se escuchó la voz de Crispín.
-Pues yo, macho. ¡Casi me abres la cabeza!
-¿Qué quiere decir "macho"?- preguntó Gisbert Klauss.
-No es el momento de perfeccionar su español, profesor -protestó Nelson-. Creo que debemos irnos de aquí. Esto se está poniendo muy feo." (p. 323)

El viaje a China había sido bueno. De hecho la de Santiago Gamboa no es, a mi juicio, una mala novela, pero me dejó cierta insatisfacción que debí resolver en la noche; otra vez a la colombiana, pero con un viaje más variado y, sobre todo, en primera clase. Me leí La última escala del Tramp Steamer, de Álvaro Mutis. Testigo otra vez del estoico hundimiento -en todos los sentidos- del Alción y de su capitán Jon Iturri, viajé a Helsinki y a Punta Arenas y a Kingston y al Orinoco. Todo entre las once y la una. Como las otras veces, vi a la hermosa Warda de pie sobre cubierta, Oriente y Occidente tentándola desde babor y estribor. También, como las anteriores, esta vez hice una lista de palabras y consejos que nunca me voy a aprender.


Los impostores. Gamboa, Santiago. Seix Barral. Barcelona, España. 2002. 349 p.

La última escala del Tramp Steamer. Mutis, Álvaro. Espasa Calpe. España. 1999. 150 p.

Comentarios

Entradas populares