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Hace muchos días, alguien me aconsejó no poner demasiada atención a los asuntos políticos o económicos o ambientales porque jamás estaría en mis manos la millonésima parte de las soluciones. Entonces le di la razón y ahora también.

Y es cierto que intento cada día poner oídos sordos al asunto de los nuevos impuestos que el Gobierno Federal propuso (y que los legisladores, luego de negociar sus ventajas particulares, aprobarán) para paliar las consecuencias de esta crisis que "nos llegó del extranjero".

Pero caray, no se puede. Menos cuando prendo la tevé y los noticieros de los únicos canales que se ven en mi casa (yo también soy pobre, chingao) ofrecen los mismos reportajes: imágenes y voces de las familias más desfavorecidas en el campo y la ciudad. "Ésta es la pobreza alimentaria y patrimonial que impera en México. Mírenla bien, para que luego usted y los demás obreros, pequeños comerciantes, empleados y burócratas (que —¡a Dios gracias!— duermen bajo un techo que les pertenecerá después de veinte años, tienen un coche regularizado y suficientes pesos para alimentarse en Burger King) lo piensen bien antes de hacer pucheros ante la única solución que se nos ocurre".

El principito, tal como hizo hace unos meses con el tema del petróleo, bombardea por cuantos medios ponen a su alcance para decir que "la inmensa mayoría de los mexicanos están a favor de pagar ese impuesto especial" y que, de no hacerlo, a todos nos irá de la vil chingada.

Puede que sea cierto, y también puede que no (me refiero a la supuesta aceptación ciudadana). A mí lo que me caga es el insultante comercial. Este presidente, que rebasó hace mucho los límites del cinismo, dice que los altos funcionarios también hacen sus sacrificios, y que se han aplicado recortes salariales hasta del diez por ciento. ¡Qué huevos, digo yo! No se les quita la maña de hablarnos como a retardados. De modo que debemos estar contentos y sentirnos orgullosos, casi unos héroes como Calderón y Carstens: por primera vez en la historia tendremos la oportunidad de apoyar directamente a los pobres que cada vez somos más.

Está bien que nos tengan maniatados, pero que no nos piquen los ojos. O como diría tía Veva: "Está bien que chinguen..."

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