De aquel diario (III). Era el año 1995.

28 de noviembre
Villa de Burgos

El concurso

Ni hablar, otra vez nos ganaron. Al Director Vallejo le gusta abarcar todas las disciplinas en cada edición del Encuentro Cultural de los COBAT. Danza, oratoria, declamación, música, teatro, “la escuela de Burgos es la que más participa; más disciplinas, más participantes”, lee orgulloso los reportes, y cree asegurar con eso una bonificación especial en el próximo aguinaldo. Sin embargo y aunque él se niegue a reconocerlo, nuestra experiencia en ciertos campos es incipiente.
Por otro lado la situación económica del plantel no es muy halagüeña, así que el Director tuvo que conseguir tres vehículos prestados: dos furgonetas donde acomodó por separado a jóvenes y señoritas y una pick up en la que pretendimos transportar únicamente instrumentos, utilería y vestuario, aunque al final tuvimos que meter ahí algunos muchachos que no cupieron en las dos primeras.
Las furgonetas son chuecas, es decir que están ilegalmente en el país, de modo que no deberían circular en la carretera. No obstante, con pintura para zapatos escribimos “COBAT” en las ventanas esperando que ése sea nuestro salvoconducto. Al volante de la primera, la de los chicos, va Francisco Campos, “el Profe Pancho“ le decimos; la otra la conduce el hermano de una estudiante a la que no le permiten salir del pueblo si no es acompañada, “si llevaremos pasajero extra, no ha de ir en vano”, dijo el Director Vallejo, quien viaja en esa misma furgoneta junto a su esposa, la Profesora Flores, que además es la Subdirectora, y todas las muchachitas. Vallejo mandó a la pick up a los estudiantes que, por sus antecedentes, “no merecen viajar en la comodidad de los furgones” y, por razones que ahora no quisiera analizar, a mí me ha correspondido ir con ellos.
Llegamos tarde a Ciudad Victoria y más nos retrasamos al dirigirnos a una sede equivocada. Luego de recorrer dos veces la ciudad por fin llegamos a la escuela sede; para entonces ya había concluido la inauguración y se habían sorteado los turnos para participar, incluso algunos grupos ya iban camino al lugar donde se llevarían a cabo los concursos (la sede a la que habíamos llegado en un principio).
En cuanto a Declamación y Oratoria no podemos quejarnos pues obtuvimos el primer lugar. Nuestro ballet folklórico también lo hizo bien, sin embargo el jurado otorgó el triunfo al grupo de Bustamante. “Se lo dieron a esa escuela simplemente por jodida, para levantarles el ánimo; si fueran objetivos se darían cuenta de que ni siquiera traen el vestuario adecuado”, estalló el Director Vallejo en contra del jurado y después contra las autoridades del COBAT. En el concurso de Teatro, donde únicamente concursaron dos grupos, obtuvimos el segundo lugar luego de hacer trizas una obra de Villaurrutia; no obstante, la indignación de Vallejo era tan contagiosa que llegó a convencernos de que a nosotros también nos habían arrebatado el triunfo. En cuanto al concurso de Música no hubo tal porque nuestra escuela fue la única que se presentó, de modo que en su exhibición nos dedicamos a pedirle otra y otra y otra canción a nuestra propia rondalla mientras ésta repetía una, otra y otra vez su exiguo repertorio.

Invocando a Lucifer

La ceremonia de premiación concluyó alrededor de las seis de la tarde en medio de la algarabía de los bachilleres de Bustamante y la rechifla de los burgueños. Las demás escuelas pasaron por aquel evento sin pena ni gloria. Vallejo se despidió de las autoridades a su estilo (destacaron las palabras “mercenarios“ y “demagogia”). Unos minutos después ya estábamos en la carretera.
Entre Ciudad Victoria y Burgos median más de doscientos kilómetros; algunos puntos intermedios son Güemez, Nuevo Padilla, Santander Jiménez y Cruillas. En Nuevo Padilla nos sorprendió la noche, negrísima como suelen ser las noches de otoño. A este pueblo se llega cruzando un puente bajo el cual fluye el Río Purificación, acabábamos de hacerlo cuando uno de los vehículos hizo señales de luz. Era el Director Vallejo que, en medio de su corajina, abandonó a la Profesora Flores en la furgoneta y no sólo había usurpado el mando de la otra al Profe Pancho sino que además lo convenció de bajar al río e invocar juntos al diablo. Algunos estudiantes también se envalentonaron y avanzaban resueltos detrás de los profesores mientras los muchachos menos audaces, Subdirectora y chicas por igual gritaban desde los vehículos intentando convencerlos de su imprudencia. Descendimos. Ahí abajo el agua no reflejaba más que la negrura del cielo. Negro arriba y a los lados, los chicos tropezaron todo el trayecto y hubo quien rodó unos metros en el barranco. Adelante iban el Director Vallejo y el Profe Pancho. “¡Diablo!” resonó en la oscuridad. Los chicos empezaron a gritar también; al principio nerviosos, aunque pronto encontraron su propio tono en aquella invocación coral. “Diablooooooo, Diablooooooooooo!”
“¡Satanás!… ¡Lucifer!… ¡Belcebú!…”, gritó Vallejo con todas sus fuerzas. Los chicos enmudecieron a un mismo tiempo. Sólo el Profe Pancho atinó a decir “¡Calle por favor, que así sí se aparece!”. Al siguiente instante los muchachos avanzaban en tropel barranco arriba, seguidos por Pancho y el Director, quien se desgañitaba en (diabólicas) carcajadas.

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