AMBIGÜEDADES Y ACLARACIONES EN PLAZA VICTORIA

(fragmento)

Selfa dijo bien claro que nos veríamos en la plaza Victoria, junto al monumento (a Don Guadalupe Victoria), a las cinco de la tarde. Sé bien que la puntualidad no es una de sus cualidades, así que llegué ahí un poco después (17:13). Selfa no estaba junto a la estatua, no estaba en ningún lado (de la plaza); para ser claro no estaba Selfa ni nadie más (a las 17:13 quiero decir, porque inmediatamente después ya había alguien ahí, es decir: yo). Eventualmente la plaza (Victoria) se fue llenando de gente; algunas parejas (porque formaban pares, no porque advirtiera en ellos algún tipo de relación amorosa o pasional) se acomodaron en las bancas mientras otros grupos (posiblemente familias, aunque podrían ser sólo eso: grupos) y personajes solitarios descansaban bajo la sombra de los encinos (blancos, plateados quizá) que a esa hora (las 17:30) constituían el único refugio para cualquier ser vivo (de “vida”, claro está, y ya de paso también de astucia, porque sólo un idiota se atrevería a permanecer bajo el castigo de aquellos rayos solares).

Ahí estaba yo convertido en un perfecto idiota (sobra decir que nadie es perfecto) junto a Guadalupe Victoria (junto a la estatua). Ahora que lo pienso bien, tal vez no sea correcto llamar “Guadalupe Victoria” a la estatua de Don Guadalupe (no era su nombre original, lo sabemos todos, eso creo); quizá sea mejor decir: de Don Miguel Fernández Félix. Eso es, ahí estaba yo junto a la estatua de Don Miguel esperando a Selfa, que se demoraba más de lo acostumbrado. Poco después de las cinco y media (17:36) una globera (una vendedora de globos) me preguntó la hora. “Son las seis menos veinte” le mentí para no entrar en explicaciones. “Faltan veinte minutos para las seis” me vi obligado a explicarle cuando noté su cara de desconcierto. Finalmente reforcé: “las cinco cuarenta” (en realidad quería decir: “son las cinco de la tarde con cuarenta minutos”), pero la vieja ya había iniciado su marcha dedicándome antes un gesto ofensivo. “Las cinco cuarenta...” me quedé repitiendo mentalmente “qué se habrá creído esta cabrona” (obviamente la cabrona era Selfa, no la vendedora de globos, y en ese momento tampoco eran las cinco cuarenta sino las 17:42).

La cabrona, es decir Selfa, tampoco se llama así; su verdadero nombre es María Guadalupe, igual que Victoria (tal vez no igual, pues he dicho que Victoria no era Guadalupe; o quizá sí igual porque Guadalupe tampoco era Selfa). Ese nombre lo adoptó Guadalupe (María, no Victoria) a petición de su novio (no yo, otro) cuando estudiaba la preparatoria; creo que era el nombre de un poema o el apellido de un poeta. El caso es que a ella le gusta que la llame Selfa y a mí también me gusta llamarla así porque me parece un nombre musical, casi místico, y lo que es mejor: corto.

Alrededor de las seis (eran las 17:58 cuando lo noté) empezaron a llegar las urracas (¿o eran cuervos?) y las demás aves emprendieron el vuelo asustadas (o quizá acostumbradas, o resignadas; en todo caso se marcharon). La plaza Victoria se llenó entonces con el barullo de esos pájaros negros. Las familias (si acaso lo eran) que estaban descansando (si descansaban) bajo los encinos (sin duda lo eran, blancos o plateados, pero al fin encinos) emprendieron la retirada igual (no igual, desde luego) que las otras aves (las de un principio), sólo que a la gente no la motivaba el miedo sino el afán de esquivar los excrementos que caían a discreción desde lo alto de los árboles.

Las campanas de la iglesia no sonaron a las seis en punto, sino un poco más tarde (18:06); tampoco sonaron seis veces; la verdad es que perdí la cuenta después de la novena campanada porque me entretuve, primero mirando a las urracas que huyeron asustadas (definitivamente asustadas, ningún ave podría acostumbrarse a esa escandalera) y después contemplando a una japonesa (china o coreana, es igual, pensé en ese momento) de no muy malos bigotes (realmente los tenía, aunque eso sí, mucho muy ralos) que daba cuenta de un algodón de azúcar en una de las bancas más próximas a la estatua, y que parecía regalarme su sonrisa reluciente de vez en cuando. Por un momento creí que la china (o japonesa o coreana, seguí dudando) me coqueteaba, pero luego comencé a pensar que la malvada vietnamita (es igual) en realidad se estaba riendo de lo ridículo que me vería yo parado como (perfecto) idiota junto a GuadalupeVictoria-Miguel esperando a LaCabrona-Selfa-MaríaGuadalupe...

El cuento completo lo podrán encontrar en "Novísimos cuentos de la república mexicana, 32 relatos cortos, cuentos posmodernos y minificciones". Prólogo, selección y notas de Mayra Inzunza. Fondo Editorial Tierra Adentro (2005).

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