Una de arena por las que...

En abril la mar siempre está picada. La patrulla costera recorre la playa de lado a lado alertando, urgiendo a los bañistas a que salgan del agua. En mitad de las olas, manadas de vacacionistas, sordas a las sirenas de protección civil, siguen inventando piruetas. Salud. Martín, Vlady y yo, cerveza en mano, rogamos una y otra vez a Pancho que se recueste en la arena, no vaya a caerse de la silla donde duerme a intervalos. Que no, que así está bien. La seño de la palapa de al lado se está riendo; cual muñequita de porcelana, luce perfecto el traje de piel en negro su cuerpecito blanco y esbelto; lo único que se le ve mal es el mocoso ése que, incapaz de elevar el papalote que mami le compró, hizo un berrinche que mantiene a la seño consolándolo. Una escena, muy ad hoc para la semana santa. Salud. Martín reniega porque el bloqueador solar que trajimos no sirve para el bronceado. Compraremos uno aquí, dice Vlady. Dos gordas de veintitantos escoltan hacia el agua a otra veinteañera de muy buen ver. Una avioneta pasa en vuelo rasante sobre las palapas. Que es el gobernador supervisando los servicios turísticos, dice alguien. Que no sea pendejo, le contestan, que el gobernador viaja en helicóptero. La discusión sobre aviones y helicópteros oficiales se prolonga hasta que empieza a caer del cielo una vasta publicidad del PRI. La cerveza de Pancho viaja de la mano a la arena; la situación, no obstante, sigue bajo control porque apenas hace glut dentro de la botella, que cae parada. Salud. Que sí, que ya se va a recostar en la arena, dice Pancho y así lo hace; un minuto después está roncando a todo pulmón. La cerveza de Pancho es aprovechada como bronceador por Martín y Vlady, alguien les ha dicho que es muy útil para este propósito; nos preguntamos entonces si la cerveza oscura conseguirá un mejor bronceado que la clara. Salud. La niña de la palapa contigua se asusta con los rugidos de Pancho y abandona el castillo de arena que construía para su Barbie princesa. Una vendedora de jaibas rellenas se detiene y Martín le pregunta si vende bronceadores. La patrulla de rescate pasa de nuevo. De un megáfono sale una voz difusa instando a los bañistas a que abandonen la mar. A la amiga de las gordas le están pintando un tatuaje en forma de salamandra justo en la cresta ilíaca. Alguien se divierte recordando la creencia popular acerca de las salamanquesas y sus guaridas caprichosas. Salud. La tos ataca a Pancho; parece que jaló arena por la nariz o por la boca y a punto está de despertarse, pero no lo hace. En la palapa de atrás un dueto romántico interpreta una canción de Joan Sebastian y más allá un trío norteño le da en la madre al corrido de Lamberto Quintero. Vlady maldice por no haber traído su guitarra; Martín lo secunda: ahora contaríamos con unos centavos extra para comprar cerveza. Salud. La seño está recogiendo sus cosas pues el chamaco sigue emberrinchado. Que si va a abandonar la palapa, le pregunta Martín, que si nos puede dejar el boleto del alquiler. Nos acomodamos en ambas palapas. Una vendedora de hamacas quiere que le compremos una para que ahí duerma Pancho. Como si la necesitara, le contestamos, y Martín aprovecha para preguntarle quién vende bronceadores. Que nos va a mandar a alguien, promete. Salud. Las olas reciben con furia a Martín y a Vlady, que se han internado en el agua más por la necesidad de orinar que por ganas de bañarse. Iban a salir del agua, pero en eso avanzan hacia el mar las dos gordas y la chica del tatuaje sexy. Salud. Salud. Salud. La situación está poniéndose divertida cuando pasa la patrulla de protección civil sirenas al vuelo. Hay en la central, dice la bocina, unos padres preocupados por su hijita extraviada y un niño que perdió a su mami. Ojalá que la seño haya tenido el valor para abandonar aquí al chamaco llorón. Salud. La patrulla continúa su pregón por toda la playa; nada dice acerca de salirse del agua, pero Martín no regresa con nosotros hasta conseguir que el resto de los bañistas se retire a la orilla. La buena acción del día. Salud. La trinca norteña pretende que le paguemos cuarenta pesos por una melodía y se indigna cuando Martín propone pagarles con cerveza. Que está bien, que aquí están los cuarenta pesos y que toquen “Primavera”, de Las Cuatro Estaciones de Vivaldi. Mamones, canturrea la terna. Que no se vayan, suplica Martín, que antes nos digan quién vende bronceadores. Salud. La hielera se está quedando vacía cuando pasan de nuevo los de salvamento. Ahora va en serio, parece, porque varios miembros de la marina se meten al mar para obligar a los reacios a salirse del agua. Una bandera roja es clavada justo en frente de nosotros. Vlady le pone unos hielos en la baja espalda a Pancho para que despierte. En la torre central hay un alboroto porque ya apareció el cuerpo de la niña extraviada. Pancho y Vlady luchan en la arena, Vlady se rinde cuando Pancho le quiere aplicar el martinete. La chica del tatuaje sexy está besando a las gordas. Aquí ya se chingó. A recoger todo. Nos estamos marchando cuando pasa la costeña de los bronceadores. Salud.

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