Dos novelas, dos ciudades, dos desaparecidos







YA SE SABE, PUES, QUE FUI A JUÁREZ, la ciudad número uno según "Juanga" y no pocos noticiarios (en cuanto a desempleo y matazón, dicen, esta ciudad es líder). No encontré la metrópoli de las veces anteriores. La violencia, ahora sí, la carcomió hasta el hueso. En todos lados hallé rostros tristes o desesperados. Es verdad que desde el cielo luce intacta, pero a ras de tierra parece una ciudad a punto de desmoronarse.

En la Cafebrería me hizo feliz la compañía de los amigos. Primero saludé a Jorge Humberto y a Édgar; eché de menos a Magali y a Silvamán, que se mudaron a Veracruz. El segundo día saludé a Blas, a Miguel Ángel y a Aboytia, a quienes conocí en septiembre de 2003, durante el Tercer Encuentro de Escritores de Tierra Adentro, en mi primera visita a ese lugar.

Recuerdo que aquella vez José Juan viajaba desde Tijuana, pero a partir de ese día Ciudad Juárez se adueñó de él. También recuerdo que a la mitad de una lectura en la Plaza Mayor eché una carrera a la librería del CONACULTA y compré Todo comenzó cuando alguien me llamó por mi nombre (FETA, 2001), su primer libro de narrativa y uno de los primeros volúmenes de literatura joven que leí. Cuando dos años después regresé, mi amigo ya se había establecido en esa ciudad.

En mi última visita, la de la semana pasada, intercambiamos novelas. “Así me lees y te leo”, dijo. Ficción barata (CONACULTA-GOBBC, 2008), obra con la que mereció el Premio Estatal de Novela en su natal Baja California, es un libro que se lee mejor desde el aire. O esa sensación me quedó al hacerlo, con verdadero disfrute, durante el vuelo de Ciudad Juárez a la capital.

Si nuestro afán es clasificarla, esta obra reúne las características de la Nueva Novela Policíaca Mexicana: recoge el lenguaje y los estilos de vida de la frontera, se recrea tanto en los ambientes urbanos como en las carreteras del típico desierto mexicano; hay violencia, desde luego, como pretexto y como columna vertebral de la narración. Pero esta novela tiene algo más, dos o tres elementos que provienen de los intereses narrativos muy propios de su autor.

Arriesgo a continuación mis hipótesis:

1. A José Juan Aboytia le gusta decir “ficción”. Y con esto sé que caigo en la obviedad, pues la palabrita está en sus títulos (recuérdese, por ejemplo, Contiene escenas de ficción explícita, editado por Relámpagos en el pantano). Pero sus historias no son simples anécdotas como las que usted o yo podríamos contar, las de él se cruzan, se entrelazan, echan ramas y raíces, adquieren vida propia dentro y fuera del libro. El intertexto y la metaficción nos asaltan en su novela como en sus cuentos.

Hugo Piñero, el antihéroe de esta historia, es un periodista que busca una novela (una “novelita”) en las librerías de Tijuana. No sabe por qué, pero la busca y, por azar, da con ella (o quizá el libro, Tijuana dust, lo encuentra a él) en el lugar más insospechado. La novela, que narra las peripecias de Nolasco, un detective privado, lo cautiva (¿o lo secuestra?). Más tarde, en Ciudad Juárez, encontrará a Matías Lorenzo, el desconocido escritor, y acaso el verdadero autor de esa extraña vida que está viviendo Piñero.

2. No pocos habrán de confundir el nombre de J. J. El viernes, sin ir más lejos, al enviarle un libro a mi amigo, “es para Aboytia”, dije, y el emisario me respondió: “¿Juan José?”). Sabiendo esto, el título de su primer cuentario queda plenamente justificado, y acaso también las motivaciones del autor para que Claudio Díaz, el Deis, reportero novato amigo de Piñero, tras protagonizar un escándalo mediático orquestado tal vez por la triple alianza (el narco, la prensa y la policía), termine usando una identidad falsa y viviendo una vida ajena en una ciudad extraña. En el Parque Borunda, donde lo cita don Jaso, el magnate de los periódicos, Hugo Piñero habrá de mirar —sin llegar a conocerlo— a un vendedor de hot dogs idéntico al Deis, pero al que todos conocen como El Javi.

3. Como muchos de mis coetáneos, José Juan Aboytia mira con nostalgia la década de los ochentas. Se solaza recordando la evolución de su pueblo y el descubrimiento de una ciudad tan igual y tan distinta; saborea de nuevo los lejanos días escolares, los tiempos que no volverán; los revive en la música de aquella década y aun de épocas anteriores. El rock en español y la canción norteña marcan el tono en el que los acontecimientos se acomodan. “Yo no me llamo Javier”, cantan Hugo Piñero y sus amigos (entre ellos un tal Lucio Méndez, que no deja de ser otro guiño a los años aquéllos). En una de sus borracheras nuestro no-héroe recuerda haber negado su nombre tres veces antes del canto del gallo. Con la misma determinación dirá no, no, no, no; deja ya de joder cuando se entere de que al otro lado de la línea telefónica Claudio Díaz tiene un nombre diferente.

4. Es obvio que no conozco la bibliografía completa de José Juan Aboytia, pero ya desde sus cuentos la lolita, como personaje magnético, tiene un peso específico importante (véase, por ejemplo, “Hay un cadáver en la cajuela del auto”). En esta novela, la adolescente seductora está en el periódico, donde hace su servicio social, y está también en la universidad, adonde persigue a Piñero, que imparte la materia de periodismo. Lolita será la primera que acompañe al renegado en su empeño de dar con el paradero de Claudio Díaz, al que todos dan por muerto. Como contraparte está otra Lolita, la ingenua adolescente, humillada, engañada, usada por un narcotraficante de poca monta. Y está la compañía de Gris (cuya personalidad discrepa con su nombre), quien busca de vez en cuando a Piñero para hablar, comer y “fornicar”. La relación que lleva Piñero con las mujeres sirve para delinear la personalidad de un hombre que de niño tomó un frasco de pastillas que decía: Me valen madre todos los demás, y nunca se hizo un lavado de estómago.

5. Pero a Piñero no deja de importarle la suerte de Claudio Díaz, el pendejo del Deis. Tampoco le vale madre el compromiso social de la prensa. O es quizá que en estos días experimenta un reacomodo de ideas, un cambio de miras. A lo largo de la historia la tensión crece en tanto se alarga la ausencia del joven que quiso sobresalir a costa del periodismo. Uno llega a sentir lástima por Claudio. ¿A quién chingados se le ocurre ponerle a su hijo un nombre así? Y esa falta de certezas te hace sufrir, cómo no.

6. En esto, y en la manera de recrear los ambientes en los que el protagonista recorre Tijuana y luego Ciudad Juárez (que en mi caso renueva las sensaciones de mis primeras veces en esas dos ciudades), Ficción barata resulta una novela entrañable, emocionante, por mucho que su conclusión sea desesperanzadora. José Juan Aboytia no da concesiones, la frontera, la ciudad, la mafia, los años, el pisto y el sexo te tragan lo mismo en un lugar que en cualquier otro.

7. Igual que en la novelita barata sustraída por Hugo Piñero de una crime scene, ningún cabo queda suelto. O al menos eso parece, aunque las puntas sean cabezas de serpientes. Nolasco resuelve el caso, encuentra el amor y defiende a su hijo, todo esto en unos cuantos párrafos; pronto se da cuenta de que al hacer lo correcto cometió el error de su vida. Piñero, buscando la verdad, se rebela, se vuelve peligroso, lo llaman de aquí y de allá para premiarlo por su honestidad. No se ha dado cuenta de que él mismo forma parte de una mentira. ¿O debemos decir ficción?

En ciento treinta y cinco páginas, José Juan Aboytia me hizo recorrer de nuevo dos ciudades que me atraen no tanto por su belleza como por su personalidad. Volví a recorrer sus calles y sus cantinas, sus parques y sus librerías, volví a añorar a mis amigos de estos dos lugares. Y puede que esto me pasara no por la novela sino porque yo, en efecto, acababa de estar en Juárez, en esa ciudad tan lastimada, y venía viajando en avión, pero al llegar a la última línea, hice mío el mensaje y, si no estuviera prohibido, me habría puesto de pie para aplaudir.

El avión se aleja de Ciudad Juárez… estoy en el aire, ahí debería permanecer.

José Juan Aboytia
Ficción barata
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Instuto de Cultura de baja California,
2009, Mexicali, 135 p.

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