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Un día se despertaron y ya no había nada. No sólo habían desaparecido las huellas sobre la arena. Había desaparecido todo. Por así decirlo.

Una niebla increíble.

-No es niebla, son nubes.

Unas nubes increíbles.

-Son nubes de mar. Las de cielo están en lo alto. Las del mar están en lo bajo. No llegan con mucha frecuencia. Después se marchan.

Dira sabía un montón de cosas.

La verdad, al mirar afuera impresionaba. La noche anterior todo el cielo estaba estrellado, de fábula. Y ahora era como estar dentro de un tazón de leche. Sin contar el frío. Como estar dentro de un tazón de leche fría.

-En Carewall es lo mismo.

El padre Pluche estaba con la nariz pegada al cristal, como hechizado.

-Dura días y días. No se mueve ni un milímetro. Allí es niebla. Niebla de verdad. Y ya no percibe uno de nada, cuando llega. La gente debe salir de día con una antorcha en la mano. Para percibir algo. Pero ni siquiera eso sirve de mucho. Por la noche, no digamos..., es frecuente que uno no perciba nada en absoluto. Fijaos: Arlo Crut, una noche, volvió a casa, se equivocó de casa y acabó metidito en la cama de Metel Crut, su hermano. Metel ni se dio cuenta, dormía como un tronco, pero su mujer sí que se dio cuenta. Un hombre que se metía en su cama. Increíble. Bueno, pues, ¿sabéis qué le dijo ella?

Y aquí en la cabeza del padre Pluche se desató la consabida pugna. Dos bonitas frases partieron de la señal de salida del cerebro con la meta precisa ante sí de una voz con la que salir al aire libre. La más sensata de las dos, considerando que al fin y al cabo se trataba de la voz de un sacerdote, era sin duda alguna

-Hazlo, y me pongo a gritar.

Pero tenía el efecto de ser falsa. Venció la otra, la verdadera.

-Hazlo, o me pongo a gritar.

-¡Padre Pluche!

-¿Qué he dicho?

-¿Qué habéis dicho?

-¿Yo he dicho algo?


Océano Mar

Alessandro Baricco

traducción de Xavier González Rovira y Carlos Gumpert

Ed. Anagrama, sexta edición, 2008, Barcelona, 235 p.

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