Qué bonito es


Y he aquí que me encuentro, prácticamente, volviendo del mero norte. El jueves pasado hice un viaje directo del trabajo a la camionera, a comprar el billete de ida, y después un pisa y corre a casa, sólo para mal empacar. Esta madrugada hice algo muy parecido; estuve conectado a la oficina por el celular entretanto llegaba a casa a quitarme el olor a calcetín para montarme en el coche e ir de nuevo a trabajar. En el ínterin, mushas palabras dishas y escushadas en Shihuahua.
Estuve en Chihuahua por una primera razón: para ver a mis amigos. A una Buba Alarcón en su papel de convocante y a dos o tres mequetrefes haciendo de literatos. Al llamado de la princesita (Chuy Marín dixit) acudieron los fieles de Tijuana, Durango, Hermosillo y Ciudad Victoria. Omar Pimienta, quien le hace a casi todo, llevó imágenes y textos propios y además llevó a Esteban Martínez, un fotógrafo gabacho bastante cool. La delegación duranguense fue la más nutrida (todo gracias a una fonda del mercado), con Miguel Ángel Ortiz Reyes y Esther Galindo como poetas, Nayeli como artista plástica y Jesús Marín como un poco de estas dos cosas y otro tanto de payaso. Como otras veces, Marín llevó textos suyos que algunos no calificarían de propios. De Tamaulipas iba solamente yo, pero no hicieron falta más; solito me di mis mañas para dejar -como siempre- por los suelos el nombre del sucio agujero que nos vio nacer y luego sacose los ojos.
Estuve en Chihuahua también por una razón secundaria: nunca había estado allá. Y es que no deja uno de preguntarse lo que se hace en ciudades más antiguas y más grandes que la propia en cuestiones de cultura. En Chihuahua hay Facultad de Letras, Buba estudia y trabaja ahí. Arturo Gardea, su shulo, es fotógrafo, y en dos semanas expondrá en la Quinta Gameros, que pertenece a la autónoma chihuahuense. En Chihuahua hay un parque de las artes, ahí pude ver, ayer por la mañana, cientos de pinturas y decenas de artistas ganándose el pan. En Chihuahua hay un paseo llamado de la fotografía: una galería al aire libre donde nadie raya ni roba las fotos. (El otro día en Durango, a propósito de las miles de sillas que dispusieron para los escuchas de Sabina y Serrat, en son de broma le dije a Marín que no pidiera tanto de los tamaulipecos, que a fin de cuentas la suya era una civilización de cuatrocientos años y la nuestra de apenas doscientos cincuenta).
Yo no sabría medir el grado de civilización de la capital chihuahuense, pero hay, desde luego, una parte simpática en todo esto. En Chihuahua hay un ángel que le llaman Jedi porque su espada lanza (es espada y no lanza, pero sí que emite) un rayo láser de no supe qué color. En Chihuahua, me dijeron, las protestas contra el gobierno no se hacen frente al palacio de gobierno sino ante la catedral. En Chihuahua nunca pudieron decirnos dónde encontrar abierto un surtidor de cervezas a las once de la noche. En Chihuahua, en contraparte, di con el paradero de un Luthor juvenil, la temporada osho de Smallville, no lo duden, tendrá lugar entre Chihuahua y Ciudad Juárez.
Yo no podría decir cuán civilizada sea la sociedad chihuahuense, pero los pegotes en cada esquina le imprimen a la ciudad una cierta ironía, un aire mordaz y triste a la vez. Niños, niñas, muchachas y jovencitos; amas de casa, obreros y labriegos, apretujadas sus fotos en una pared triangular de la central camionera. Un año tras otro: ¡Ayúdenos a encontrarlo/la!
A propósito de esto, Marín le editó a Buba un volumen que presentaron este fin de semana la autora, Pimienta y Marín, Historieta/Porque soy princesa (Ediciones Duranghetto, 2007). En el último tercio del libro (que son tres poemarios) Buba habla. Y es más elocuente que cualquiera:



Álbum familiar
Chihuahua es una ciudad muy familiar
su álbum está pegado en los postes
en las paredes de todas sus calles

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