Nunca




"Ni en mayo que los días son largos", sentenciaba mi madre cuando hablaba de alguna imposibilidad (por ejemplo, ante quien pretendía saber cuándo se casarían por la iglesia ella y mi padre). Y aunque no carecía de cierto peso científico, jamás escuché a otra persona usar esa misma frase.

En este sucio agujero, los últimos días han sido bastante largos. Y cálidos donde los haya. Hace dos días, sin ir más lejos, me enteré de que los incendios forestales tenían sitiada el área protegida de El Cielo, la reserva ecológica más importante de acá.

Por culpa de la genética yo no puedo aprovechar al aire acondicionado ni prescindir de mis lentes negros. Por eso, a medida que la sensación térmica aumenta, empiezan a sucederme cosas raras. Este fin de semana, luego de usar un cubrebocas por más de cinco horas, me brotaron cuatro espinillas en esa otra área protegida (y con lo que esto llega a atormentar a un feo); más tarde se me estropearon los lentes, así que los traje colgando de una sola oreja porque no era cosa de ponerse vanidoso con una nariz granosa, los ojos colorados y la frente chorreando sudor.

Aquellas sensaciones que creí sepultadas por dos benévolas décadas, renacieron anoche frente al espejo mientras yo ideaba la manera de desaparecer los humillantes granitos. (De los lentes ni hablar, para eso guardo un repuesto con reproductor de música integrado). Luego de algunas maniobras me convencí de que los barritos amanecerían apagados por completo.

Tenía que ser una clara certeza lo que me hizo dormir tan a gusto entre tanto calor. Tuvo que ser eso, porque ni siquiera noté los estertores que, con toda seguridad, en medio de la madrugada debió dar, antes de apagarse para siempre, el ventilador que puse a veinte centímetros de mi cama. ¿Sería eso o será quizá que me estoy acostumbrando a vivir en el infierno?

Sea lo que fuere, quiero verlo como una ventaja. Porque lo del clima artificial, eso ni en mayo que los días son largos.


Entradas populares