Aquel ayer

Mi madre colgaba las camisas en el tenderete y cantaba. Lavaba nuestra ropa dos veces a la semana, pero cantaba todos los días. Por las mañanas y por las tardes se ponía frente a la máquina de coser; muy cerca de ella, el viejo tocadiscos verde cubría dos jornadas completas y a veces horas extraordinarias. Marissa o yo nos encargábamos de cambiar los discos de 45 y 33 rpm para que mi madre no dejara de arrullar con su voz la cuadra entera.
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Recuerdo cuánto me emocionaban las canciones de Aldo Monges y que cuando me tocaba hacer de DJ empezaba siempre con los dos discos que de él tenía nuestra limitada discoteca. Sus cuatro pistas: Brindo por tu cumpleaños, La tristeza de mi mujer, No podrás olvidar este lugar y El hijo que no he tenido, bien se sabe, ni siquiera eran cuatro canciones, pero a mí me dejaban un regusto extraño. Una nostalgia que a mis siete años no tenía razón de ser. No estoy seguro de que le agradara demasiado a doña Aurelia, pues ella prefería a Juan Gabriel, a Camilo Sesto o a Sergio & Estíbaliz. Yo no podía, en cambio, dejar de suspirar tras oír la primera canción.
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Hace mucho que a mi madre se le quitaron las ganas de cantar. Quizá sus motivos se reducen a la presencia de la secadora automática y a la ausencia de su máquina de coser. Y aunque mis recuerdos de aquellos años son siempre de atardeceres soleados, en días como los de esta semana, tan grises y tan callados, traigo atoradas las tonaditas entre la garganta y el estómago.



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