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"La tía Olga no era mala, era una véneta parlanchina y refunfuñona que se había mantenido obstinadamente apegada a su dialecto, cuando hablaba apenas se la entendía, mezclaba el véneto con el español, un desastre. (...) Quién sabe por qué aquel día le salió aquella frase, quizás estaba cansada, estaba irritada, había perdido la paciencia, ciertamente no hacía ninguna falta, el tío Alfredo ya me había regañado antes y yo estaba bastante mortificado, no levantaba los ojos del plato, y la tía Olga sin mayor preámbulo, pero no para ofenderme, la pobre, así, como quien hace una constatación, dijo "es hijo de un loco, sólo un loco podía hacerle aquello a su mujer". Y entonces vi al tío Alfredo levantarse, con calma, el rostro demudado, y darle una tremenda bofetada. El golpe fue tan violento que la tía Olga se cayó de la silla y al caer se agarró del mantel arrastrándolo al suelo con todos los platos. El tío Alfredo salió lentamente y bajó al taller a trabajar, la tía Olga se levantó como si no hubiese pasado nada, se puso a recoger los platos rotos, barrió el suelo, puso un mantel limpio porque el otro se hallaba en condiciones deplorables, volvió a poner la mesa y se asomó al hueco de la escalera. "Alfredo —gritó—, ¡la comida está en la mesa".


Antonio Tabucchi
"Carta desde Casablanca"
El juego del revés



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