De a montón

Normalmente no hago ese tipo de cosas, pero esta vez quise experimentar. Me leí en forma simultánea (a intervalos quiero decir) varios títulos de diferentes géneros.

Había ido días antes a la Kappa y compré, en distintas ocasiones, dos libros (La casa del silencio, de Orhan Pámuk, y La parte ideal, de Álvaro Uribe) que entonces no leí porque estaba más interesado en los ensayos de Luigi Amara, Sombras sueltas, y en terminar un trabajo que urgía. Luego, en lo que se desarrollaba un concurso de oratoria, me di un paseo por el TamUx; encontré abierta la librería del CoNaCultA y me llevé, además de un disco de avemarías, Los Cuervos, de César Silva Márquez y El poeta en la calle, de Vicente Quirarte. En el ínterin fui a Gigante y me compré, por treinta y tantos pesos, La sombra de Naipaul, de Paul Theroux. Abro paréntesis para decir, a propósito de este último título, que esas compras son las que me agradan: me he gastado menos de cincuenta pesos en un libro que no podría valer más. En ese mismo desorden de ideas preguntaría por qué tiene uno que pagar caro por la comida chatarra.

Los ensayos de Uribe y Quirarte son tan diferentes. Los del primero son demasiado autobiográficos -él mismo lanza esa advertencia desde la primera página- y por lo mismo no encuentra uno en ellos más asideros que los ya ocupados por el autor. Son sus temas y sus autores (¿acaso podría ser de otro modo?). Esos temas son los que lo apasionaron durante su juventud en Francia y el tiempo que Monterroso fue su maestro (aquí usted puede decir, sin pudor alguno, "toda la vida"). El lenguaje de Álvaro en estos ensayos, al igual que en sus cuentos, es pulcro, y su estilo elegante, tanto que un lector montaraz como yo tiene la impresión, a veces, de encontrarse ante una página demasiado aséptica. De esa colección me gustaron sobre todo A la luz de una vela y Las lecciones de Monterroso.

Quirarte, de otra parte, nos regala -si acaso vale decirlo así- la poesía de su prosa en cinco ensayos que trazan círculos en torno al encuentro de una muerte metropolitana con dos poetas nacidos en la provincia: Manuel Acuña y Ramón López Velarde. Mientras cuenta todo esto va describiéndonos la vida de La Ciudad de México. Todo llama la atención de Vicente hacia esa ciudad, desde su manoseada denominación hasta sus alumbradas calles; pero más lo entretienen sus transformaciones en el último tercio del siglo diecinueve y la primera mitad del veinte. Datos históricos y literarios: cartas de los dolientes, partes médicos e informes forenses, los archivos de la escuela de Medicina y los editoriales de El Siglo XIX, un periódico de la época; Vicente Quirarte sabe combinar el más sencillo discurso informativo con la poesía del más alto nivel en cinco textos que nos dejan, si no estremecidos, cuando menos perplejos.

Beatriz, uno de los personajes de Los cuervos, me contagió su manía de encerrar las erratas que encuentra en los libros. En el de Quirarte hallé sólo estos:

No tenías prisa para conocer todos su rincones (p. 74)
El que se preguntara si se debía matar debía dar un aprueba de que no quería morir (p. 55)
Los estudiantes del Liceo Hidalgo sentían un gran respecto por su obra (p. 46)
El gobernador (...) solía acompañas estas guardias nocturnas (p. 42)
...donde el chocolate el café y el atole empiezan a ser mezclados con la leche (p. 34)
...la personalidad capacidad de respuesta (p. 29)
Victor Hugo (...) lo análoga a un oleaje cambiante y apasionado (p. 17)
Buscar nuevas firmas de conquistar y ser conquistado (p. 13)


Y es una situación que me empieza a fastidiar. El libro de César Silva Márquez y el de Vicente Quirarte tienen participación del CoNaCultA, la instancia que, nos guste o no, administra la cultura en el ámbito nacional. El libro de Álvaro Uribe y el de Luigi Amara son de la colección Pértiga, producción de la UNAM y DGE Ediciones, que distribuye la editorial Océano; la colección de ensayos de Uribe no tiene mácula (¿a poco no sonó chistoso?, sin embargo quise decir lo que dije), en cambio el libro de Luigi Amara contaba, como los otros, su buen manojo de erratas en menos de ciento cincuenta páginas. Me molesta tanto porque los precios de los libros no son lo que yo consideraría la mar de económicos (sí, soy tacaño y qué), así que lo menos que uno podría esperar -olvídense de la calidad literaria- es que estuvieran bien redactados.

"La cultura en tus manos", reza la frase del CoNaCultA, y se refiere a la oportunidad que tenemos de aprender, de conocer, descubrir, imaginar y reflexionar a partir del contacto con los libros. La lectura nos enseña a redactar bien, dicen, y puede que así sea, por eso mismo los libros deberían mostrar una redacción impecable. ¿O exagero?


La parte ideal. Uribe, Álvaro. Col. Pértiga. UNAM-DGE/Equilibrista. México. 2006. 117 p.
El poeta en la calle. Quirarte, Vicente. Col. La centena, ensayo. Ediciones Sin Nombre-CONACULTA. México. 2005. 96 p.
La sombra de Naipaul. Theroux, Paul. Carlos Abreu, trad. Ediciones B, S.A. Barcelona. 2002. 463 p.
La casa del silencio. Col. De bolsillo. Pámuk, Orhan. Rafael Carpintero Ortega, trad. Random House Mondadori, S.A. de C.V. México. 2006. 378 p.



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