Desdudando


R
esultó que el occiso desconocido (alguien dijo que se llamaba Eloy, pero sólo en son de broma) nunca fue, en efecto, atropellado. O quizá fue víctima de un atropello, mas no de un atropellamiento. Se trata de un veracruzano que, apenas terminar su jornada en la cosecha de cítricos, empezó ese mediodía a salpicar de sangre y saliva las inmediaciones de la báscula pública de Plan de Ayala. Para algunos ésa era la hora de la comida, para otros, la de las caguamas. El paisano tuvo que cargar su cuerpo -de menor masa cada vez, cierto, pero cada vez más pesado- hasta El Barretal, más de mil metros al Norte. En el Centro de Salud de allá le diagnosticaron un cuadro severo de cirrosis y le dijeron que se fuera mo-vi-di-to al Hospital General de Ciudad Victoria. Ni siquiera pudo llegar a la oficina de autobuses, apenas cruzar la plaza y ya estaba de espaldas al suelo, ahogándose con el último espumarajo de sangre. El Centro de Salud no tenía forma -dijeron- de atenderlo ni de efectuar el traslado hasta la capital del estado. Quizá esta información despeje las dudas que nos agobiaron hace dos días; a mí, sin embargo, todavía me inquieta la coloración de aquellos tenis que, sin llegar a ser tan blancos, tampoco se veían muy manchados de sangre.


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