Vacaciones

Cuando era niño, la abuela lo llevó muchas veces a Jaumave. “Para que no olvide dónde está su raíz”, solía decirle. Entonces los autobuses –al menos los que ellos usaban- no tenían sanitarios ni televisiones ni aire acondicionado. Por la cresta de la sierra recorrían entonces la carretera nacional -la antigua, que era de dos carriles y siempre estaba llena de camiones que a él le recordaban las filas de hormigas rumbo al agujero-. Una de esas veces el autobús quedó varado porque un tráiler se acostó en medio de la carretera, igual que una marrana vieja. Se apearon todos. Desde ese punto tenían una espléndida vista de Ciudad Victoria. Al niño le empezaron a gruñir las tripas.
-¿Y aquí, a dónde puede uno ir al baño, abuela?
La abuela alzó su brazo gordo para señalar la ciudad. Fue un ademán largo, bien saboreado, antes de contestar:
-Donde usted quiera, hijo. Todo eso es un cagadero.

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