Equidad














Ya habían concluido las actividades deportivas y académicas cuando ellos se animaron por fin a visitar los lugares del puerto. Habían estado cinco días en un hotel de tan escasas emociones.
Como la vigilancia era estricta, de uno en uno se pusieron en la banqueta, luego formaron pequeños grupos que se perdieron en la calle que va directo al centro.
Como era el Día internacional de la mujer, se les ocurrió honrarlas en un table dance. Había una cantina cuya puerta estaba flanqueada por dos gordas (la palabra cuerpazo empezó entonces a tener otro significado) que prometían chicas gratis. No es que les sobrara dinero, pero no quisieron entrar ahí; prefirieron el que estaba unos metros más allá, donde les cobraron veinte pesos por ver.
Llega un momento en el que las mujeres empiezan a desvestirse sin ninguna gracia. Más o menos a lo Sabines, se desnudan igual que si estuvieran solas. Eso sucedía a las tres de la mañana. Unos minutos después las chicas dejaron la pista desierta y empezaron a salir en jeans, entonces se encendieron las lámparas. A ellos les pareció que a toda luz las muchachas no se veían tan bellas como en la penumbra. Unos y otras se largaron de ahí, pero no se fueron juntos.
En la otra cantina se habían terminado los servicios gratuitos; también la cerveza fría. Bailaron al compás de la rocola: Chaparra de mi amor, Para que regreses, Se me perdió la cadenita. Alguien se quedó dormido en su silla, donde parecía acompasarse con otra rola que sonara sólo en su cabeza.
Tuvo que ser después de las cuatro cuando pasó lo que queremos contarles. Uno de ellos decidió, de pronto, que había bailado lo suficiente y salió de la pista sin despedirse de la muchacha.
-¿A dónde vas?
-Ya me voy.
-Espera. Págame.
-¿Por?
-¿Cómo por qué? Por bailar.
-Yo también bailé, ¿por qué no me pagas tú?
Y a partir de ese momento empezó lo que, a falta de mejores palabras, denominaremos el final de la fiesta.

Comentarios

Entradas populares