Página cincuenta y cinco

"Nada más que no baile y se comporte, le dijo el licenciado antes de salir de la suite y decirles a todos que era conveniente que dejaran en paz a los recién casados, porque si baila a lo mejor hace algún desfiguro; no, no le estaba faltando el respeto a la señora, que entendiera, ella debía estar en el papel de la esposa de un hombre famosísimo, no era ya la cantante, era la señora de Reyes, la esposa del Rayo, y todo tenía su momento, su lugar, su tiempo, muchacho, le dijo el licenciado con el puro en la boca y el humo que le picó los ojos un tanto y el mismo Virote dijo que el pinche lic era como papá en celo y todos tuvieron que salir de la suite dejando al campeón sentado en la butaca como si fuera el último raun de una pelea a quince y las cosas se les estuvieran poniendo bravas, muy parejas, y Mónica Azuara, con el cabello platinado, se fue haciendo eses a la recámara y desde allá con voz de recién casada le dijo que ya era hora de que el maridito se fuera a la cama y él rezongaba por qué no se apellidaba Sanzuara para que hubiera un San en la familia y ella no entendía, pero que lo esperaba para entregarle su amor, el amor que siempre tuvo en el pecho y que por eso cantaba con el sentimiento de alguien que quiere mucho, mi rey, antes de que él se levantara como buscando el inminente nocaut y la mandara a la chingada y le dijera que esa noche durmiera sola pinche vieja tan mamila que ojalá se llamara Sanzuara, y salió dando un portazo que ella medio oyó porque de seguro estaba echada sobre la cama, desnuda, mostrando el cuerpo saturado de silicones y el olor a coctel margarita y mariguana que desde el inicio de la boda invadía todos los rincones de la suite del hotel Princes."

Rafael Ramírez Heredia, El Rayo Macoy,

Editorial Joaquín Mortiz, 1984, D.F., México, 123 pp.

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