Una lágrima y un recuerdo

Un día del año pasado mencioné que había estado, al volver de Durango, unos días en Zacatecas; en casa de Sigifredo Esquivel Marín (arriba, el que no es Hulk), un joven (y brillante) ensayista zacatecano. Como esos días yo no traía mi cámara, no hubo fotos que mostrarles. Pero Karla, la novia de Sigifredo (abajo, extrema izquierda, la que Sigifredo abraza como si fuera su novia) acaba de mandarme las fotos que nos tomaron en La Quemada, un importante sitio arqueológico de allá. Hay en el complejo o más bien en la entrada, un museo que explica no sólo el origen de las culturas mesoamericanas, sino el propio oficio del arqueólogo; luego un sendero recorre los niveles (no recuerdo bien si eran cinco o siete) en los que se asentó la civilización por el lomerío. Varias pirámides y columnas reconstruidas, otros basamentos bien enmontados o destruidos casi por completo; el laberinto, la sala de maestros y el recinto principal, donde se pueden ver las huellas del incendio. Quizá lo más impresionante sea la muralla: una larga construcción ya gruesa, ya delgada, alta o baja según lo pidiera la sierra, que fortalecía al complejo. Salen en esta foto también dos amigas de Karla: Anna y Emilia (abajo, entre Hulk y el buen Sigi), que turisteaban por Zacatecas, un punto que ellas pusieron entre Cancún y Ciudad de México. Ahora mismo, con el puto calor que hace en este sucio agujero, lo que yo daría por estar de nuevo en la ciudad más colonial.


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