Si acaso...



—He estado pensando en Molly —dijo al fin—. Su forma de morir, la rapidez, la impotencia... Ella no lo habría querido así. Ya sabes, todo eso de lo que tú y yo ya hemos hablado.
Calló. Vernon bebió de su copa y aguardó.
—Bien, el caso es que... Que yo también he tenido un pequeño susto hace poco... —Alzó la voz para anticiparse a la preocupación de Vernon—: Probablemente no es nada. Ya sabes, eso que de noche te hace sudar como un poseso y al día siguiente te parece una idiotez. No era exactamente de eso de lo que quería hablarte. Seguro que no es nada, aunque tampoco pierdo nada pidiéndote lo que voy a pedirte. En caso de que me ponga enfermo..., algo muy grave, ya sabes, como Molly, y empiece a caer por la pendiente y a cometer errores horribles, errores de juicio, no recordar los nombres de las cosas, no saber quién soy y demás... En fin, ese tipo de cosas. Me tranquilizaría saber que alguien me ayudaría a acabar con todo... O sea, ayudarme a morir. Sobre todo si llego a un punto en el que no puedo tomar la decisión por mí mismo, o no puedo ponerla en práctica. Bien, lo que te estoy diciendo es que... te estoy pidiendo, siendo como eres mi amigo más antiguo, que me ayudes si alguna vez llego a encontrarme en tal estado y ves con claridad que ésa es la solución correcta. Lo mismo que nosotros habríamos ayudado a Molly su hubiéramos...



Ian McEwan
Amsterdam
Trad. Jesús Zulaika.
Quinteto Anagrama. 2004.
Barcelona. 232 p.

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