Acerca de los traspiés

Alguien se enojó porque yo he traído acá ciertas anécdotas de cierto pueblo. Quiero aclarar que si yo las supe es porque allá me lo contaron o, peor aún, porque a mí me sucedió. Las charlas cotidianas se construyen, la mayoría de las veces, de situaciones cómicas, la gente comparte sus aventuras - en especial si son divertidas- en lugar de hablar del clima o del precio de la manteca. Vaya, que en una plática de amigos no siempre se habla de la bolsa, del destino de la Filosofía o de las investigaciones en torno a la esclerosis múltiple, por decir algo.

Ahora bien, yo únicamente he tomado las anécdotas cuya comicidad descansa en el lenguaje, de lo demás se encargarán otros. Y como también hay personas de aquí y de allá que, conociendo las anécdotas (nadie ha dicho que sean verídicas) no sólo las encuentran divertidas, sino que además me comparten otras que yo no sabía y aun me reclaman porque no las he contado, me voy a tomar la licencia de ignorar la campaña en defensa del honor que han emprendido algunos hipócritas.

Y digo, ¿por qué le van a negar a uno la dicha de recordar los deslices, los resbalones y a veces las tremendas caídas que experimentamos con este, nuestro lenguaje? Aquí están, sólo de muestra, unas joyitas.

Dicen allá en Oyama, que un policía de Hidalgo mencionó en su reporte (o como sea que se llamen los informes que entregan durante las averiguaciones) que a un detenido se le aseguraron un reloj TIMEX, un cinturón de piel y un crucifijo marca INRI.

También dicen que ese mismo agente, al inspeccionar una ranchera que remolcaba unas pocos ejemplares de ganado vacuno, pidió los documentos, los registros de los toros pues. Algo, según el policía, no estaba nada bien. Que los toros eran de lidia, dicen que se defendió el conductor, a lo que el guardián de la ley contestó: A mí no me vengas con influyentismos (*).


¿Ven ustedes? Esto de los traspiés seguirá hasta que la lengua aguante.


(*) En esta punta de alfiler que es Ciudad Victoria, tiene su domicilio una senadora de la república, quien responde (a veces) al nombre de Lydia.

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