L@s palabr@s

Muy poco o nada sirve que se emprendan nuevas (y a veces equivocadas) formas de expresión que sólo buscan el efecto publicitario inmediato sin atender los problemas de discriminación desde el fondo. Todos esos intentos ingenuos llevan, en el mejor de los casos, al ridículo, a convertirse en motivo de chistes y gracejadas; en el peor, a la crítica feroz por el desatino de frivolizar un problema grave.

En los foros de El País abrieron la discusión acerca de esa nueva moda de ciertos políticos que distingue entre "vascos y vascas", "profesores y profesoras", entre "todos y todas". La conversación surgió a propósito de un artículo de Julio Llamazares (Las palabras) que apareció en la edición impresa del 19 de enero. Desde luego no he leído ese artículo y desconozco a qué político se refieren, pero esa discusión me recordó tantas cosas de nuestro pasado reciente.

Es bien conocida la revolución verbal que provocó en México esa forma reiterativa de hablar del expresidente Fox. "Mexicanos y mexicanas", "chiquillos y chiquillas", fueron sus expresiones habituales. Primero vino la sorpresa colectiva, luego la admiración de unos y la crítica de los demás; más tarde, cuando quedaron evidenciadas las deficiencias del gobernante en los terrenos de la lingüística (para hablar de una sola cosa), vino el desprecio generalizado y la mofa; en la radio y en la televisión, en los hogares y en las calles, en público y en privado.

Pero esa primera distinción cuyo propósito, dijeron, era superar desde lo cotidiano la discriminación de género (aunque en la práctica esta intención se concentró más bien en el género gamatical y nunca en el sexual), ese lenguaje "políticamente correcto" que entusiasmó a los gremios defensores de la igualdad de derechos y de oportunidades se extendió a los demás campos en forma, claro está, indiscriminada, hasta abusar de los eufemismos como si eso fuera suficiente para desaparecer los problemas.

Así, un día nos escuchamos llamando "adultos en plenitud" a los que antes les decíamos ancianos, "personas con capacidades diferentes" a los que conocíamos como ciegos, sordos, mudos y un largo etcétera, "afroamericanos" a los que antes habíamos llamado negros. Las prostitutas decidieron, por sí mismas, denominarse "trabajadoras sexuales" (desde luego, a ellas el gobierno de "la pareja presidencial" prefería no nombrarlas en modo alguno). Cierto que esto de los afroamericanos no fue fortuito, hubo una polémica racial de por medio. Otro día, sin embargo, escuchamos al "primer mandatario" decir que a los mexicanos nos engañaron como a viles chinos.

Volviendo al tema de El País, recuerdo el sustantivo Humanes, que utilizaron algunos filósofos y pedagogos españoles para eliminar cualquier discriminación cuando se referirieran a hombres y mujeres por igual. Un intento posterior (muy malo, por cierto) fue escribir human@s, tod@s, niñ@s...

Hace dos años (o más, lo cierto es que no recuerdo bien) hubo una polémica porque alguien del gobierno se angustiaba ante las opciones de referirse a los españoles "con capacidades diferentes" como discapacitados, incapacitados, minusválidos o inválidos. Buscaban entonces la palabra que mejor expresara la condición de las personas, pero la iniciativa había sido de quien se negaba a llamarlas "minusválidas" (y minusválidos, quizá dirían ahora) porque aquellos no valen menos que los demás.

Sería bueno, desde luego, acostumbrarnos a usar un lenguaje que eventualmente resulte menos agresivo, que no lastime las conciencias, pero pensar que esto es suficiente, sin duda es el primer error. El segundo lo constituye convertir el discurso en una retahíla de equívocos que suene, además de monótono, falsario, hipócrita.

Alguien con muy buen humor, a propósito del fenómeno verbal de Fox, transformó aquel viejo refrán que nos recuerda lo efímero de la amistad entre humanos (o entre humanes, o entre human@s, qué más da). He aquí el resultado:

El perro y la perra son el mejor y la mejor amigo y amiga del hombre y de la mujer.


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