Vendo portátil seminueva



Ya habían tenido algunas diferencias en el pasado, pero de un tiempo acá se le volvió tan rebelde que él se vio en la necesidad de establecer ciertos límites. Todo empezó cuando tomó la iniciativa de manosearle las teclas. Nada oprobioso había detrás de ese acto, sólo la intención de mantenerla en circulación, de retirarle la mugre que se le acumulaba entre el punto y el asterisco. Nada, sin embargo, volvió a ser igual después de eso. En lo sucesivo ella se negó a cooperar, y si lo hacía era siempre con lentitud y de mala gana, insistiendo a gritos con un solo reclamo que se multiplicaba hasta el infinito. No pudieron entenderse. Él empeñado en hacerla reaccionar, ella negándose a cada rato, fueron poco a poco dibujando un desenlace fatal. Hubo un día en que ella se adueñó de un disco de ópera que él acababa de comprar. Así, sin más, lo desapareció en sus adentros, se lo tragó. Era una decisión unilateral: nadie iba a escuchar más canciones, ni las suyas ni las de él. Muy cándido se iba a ver si le permitía aquel desplante. Hulk no sabe de graduar rabietas y tampoco de guardar la calma. La pobre vio estrellar sus delicadas formas contra el suelo una y otra y otra vez. El disco salió rodando, una estrellita a la mitad de la circunferencia descomponía los rayos de luz. Ya se ve que la cosa no podía parar ahí. No estuvo Hulk satisfacho hasta que la vio arder debajo de una apestosa humareda. ¿Que si la lloró? Muy poco en realidad; ya encontró una sustituta, mucho más barata, que responde de inmediato a la insinuación más sutil.

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