Durango y Sabina. Parte 1

"Das una patada y salen diez mil poetas. A mí me mandan unos libros que no te puedes ni imaginar. Y porque yo no tiro ningún libro, pero un día de éstos haré un saco y se los mandaré a los niños pobres del Perú."


Sabina en carne viva. Yo también sé jugarme la boca.
Joaquín Sabina/Javier Menéndez Flores.
Random House Mondadori, S.A. de C.V. D-F., México. 2007. 420 p.


Pongamos que hablo de Durango

Entre este sucio agujero y la ciudad de Durango median casi los novecientos kilómetros, una distancia que en camión se recorre en doce horas. Viajar en avión significa más o menos lo mismo, pues hay que hacer el trayecto en coche o autobús a Monterrey (288 km) o a Tampico (246 km) y ahí esperar quién sabe cuántas horas antes de abordar el avión, que tardará unos minutos en llegar a su destino final.

Durango capital

La primera vez que visité Durango fue en julio de 2003. A las oficinas del ITCA había llegado esa semana -al menos eso dijeron- una carta de la Sociedad de Escritores de Durango en la que invitaban a dos tamaulipecos a participar en el Encuentro Homenaje a José Revueltas. Tenían, pues, que encontrar un par de ingenuos que costearan su transportación a dicho encuentro mientras ellos salvaban los obstáculos burocráticos. Viajé a Durango con Arturo Castrejón y conocí no sólo una ciudad que me maravilló, sino también a Jesús Alvarado "El Guarus", con quien coincidiría muchas veces más en el norte de la república, y a Jesús Marín, los dos escritores más representativos del Durango contemporáneo.

Dije que la ciudad me había gustado y no mentí. Aquel encuentro duró tres días, pero yo me quedé allá otros dos para recorrerla mejor; fui a la Feria, al Guadiana, a Villas del Oeste, a dos cines y a una que otra cantina; anduve sus calles de piedra y de asfalto, viajé en autobús y en taxis (los más baratos que he conocido); al regreso, sin embargo, me prometí no volver, novecientos kilómetros eran demasiado para mí.

Sobra decir que violé aquella promesa. Y lo he hecho dos veces con placer infinito.

La casa por la ventana

Regresé a Durango el año pasado y volví a ver la misma ciudad, pero no el mismo encuentro. Era, el del año 2006, un evento cultural en edad madura. Bajo la dirección de Everardo Ramírez, actual presidente de la Sociedad de Escritores (quien, amén de su solvencia en lo cultural, no niega su cercanía con el poder, lo que beneficia a la SED), el evento se distinguió no sólo por su buena organización sino por su amplio presupuesto. El encuentro de Durango se había convertido, pues, en un foro capaz de atraer tanto a las voces prestigiadas (Élmer Mendoza, José Vicente Anaya, Guillermo Samperio, Hernán Lara Zavala, Juan José Rodríguez) como a las emergentes. Me reencontré allá con muchos escritores de Tierra Adentro (Moisés Zamora, Miguel Ángel Ortiz, Socorro Venegas, Julián Herbert, el mismo Jesús Alvarado) y conocí a otros más (Sigifredo Esquivel Marín, Leticia Cortés, entre otros), escritores que, si bien podríamos incluir en un catálogo de jóvenes, están respaldados por una larga trayectoria en la literatura y la promoción cultural. Reafirmé también mis afectos hacia Chuy Marín y hacia Durango.

Jesús Marín (Foto sin permiso de Omar Pimienta)

Yo también sé jugarme la boca

Durango no es una ciudad muy grande (y hay quienes podrían decir que tampoco es una gran ciudad). Es más bien uno de esos conglomerados sociales cuyo desarrollo económico se expresa en la apertura de algún supermercado. Hay, sin embargo, una creciente actividad cultural, sobre todo en lo que se refiere a la música, al teatro y a la literatura. En este último aspecto, cabría señalar que, con medio millón de habitantes (la población total del estado se acerca al millón y medio), hay en la ciudad más de cien escritores asociados en dos frentes: la Sociedad de Escritores y la Red de Escritores Independientes, sin contar aquéllos como Jesús Alvarado, que no pertenecen a ninguna.

Eso de la Red de Escritores Independientes no deja de ser mero membrete, pues ya el hecho de asociarse significa cuánto dependen unos de otros. En ese sentido, yo llamaría independientes acaso a los que no están en ningún gremio. Pero la cosa va más allá: la Red, como la Sociedad, está fuertemente adherida a los gobiernos municipales y estatales, los que financian, a veces con la Universidad Juárez, las publicaciones de ambas organizaciones. Esto tiene sus buenas y sus malas, pues si bien la producción editorial anual es vasta, hay, entre muchos libros recomendables, unos malos hasta decir basta. El diseño editorial, que en la mayoría de los casos es basto, no discrimina entre libros buenos y peores, a todos los perjudica por igual.

Digo todo esto por una serie de libros que me obsequiaron el año pasado más otros del mismo corte que recibí esta ocasión. Agregaré un dato para explicar parte de lo que he dicho: En 2006 se presentó en el ENED el libro de José Reyes, Teoría y técnicas del ensayo, que financiaron los gobiernos municipal y estatal a través de sus institutos de cultura y la Sociedad de Escritores de Durango. Lo compré muy barato. Se trata de un libro muy bueno (de ésos que llaman "indispensables") en una edición soberanamente mala. Este 2007 la Sociedad nos obsequió otros ejemplares, pues el autor -dicen- se negó a recibirlos y exigió la reedición de su texto. No lo culpo. Agregaré otro dato sólo porque me gusta el argüende: La Red de Escritores Independientes presentó esta vez, dentro del encuentro que convoca la organización de la que se escindieron, una Antología de Escritores Duranguenses en la que se muestra, repartido en poesía, narrativa y divertimentos, el trabajo de 33 escritores, prácticamente la totalidad de sus agremiados más dos o tres escritores que pertenecen también a la SED. Como cabría esperar, la calidad de la antología, a juzgar por lo que se leyó en aquella mesa, deja mucho que desear.


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