Gurú

En cierta ocasión, el director de planeación me extendió un documento muy discreto con el que me invitaba a participar en un curso relámpago de control mental. Siempre he desconfiado de esos asuntos, pero ante la insistencia del jefe no me quedó otra que poner cara de circunstancia y prometer que asistiría.
-Se nota que es usted muy receptivo, licenciado -dijo el director antes de anotarme en su lista personal de reclutas.
Hacía frío y llovía, pero ya había dicho que sí y no me quedaba más que cumplir. Llegué y casi me dio vergüenza encontrarme ahí a un compañero de la oficina y a dos secretarias de las menos guapas; el bochorno menguó cuando los vi lucir una sonrisa orgullosa, seguros de que habían sido llamados por una fuerza superior, gustosos; pero más me relajé cuando descubrí ahí también a un jefe de departamento, a uno de los subdirectores y al mismísimo director administrativo quien, en palabras del director de planeación, es un fregao fregón que no puso el menor reparo cuando aquél subió a invitarlo personalmente.
-Ese tipo tiene el don -dijo el director de planeación, esta vez refiriéndose a su homólogo de las finanzas.
Que la vida le había dado una segunda oportunidad, inició hablando nuestro director quien, en efecto, está librando una batalla contra el cáncer. Que en los últimos meses había invertido mucho tiempo en meditar y en establecer contacto con sus "maestros superiores" y que deseaba compartir esos conocimientos con nosotros. Que por eso había hecho traer a tres maestros con no sé qué grados en vaya usted a saber qué ciencia para que nos instruyeran en tan solo dos días. El jefe de la trinca de sabios se hacía llamar Sicomorio.
-Estamos los que debemos estar. Muchos son los llamados, pocos los elegidos...
Ommmmmmmmmmmm. Extender las piernas, relajar los músculos, entornar la vista. El olor del café apenas combatía aquel ambiente tan incómodo. Nada de moverse en esas sillas rechinadoras. Contar del uno al diez. Buscar algo dentro de la cabeza. Mirar todo en color negro. Si al menos nos hubieran evitado el cobro "simbólico". Ommmmmmmmmmmmmmmmmmmm. Contar esta vez del cinco al cero y abrir los ojos. Fingir que se recupera uno de cierta experiencia mística. Al final de cada ejercicio los asistentes aseguraban haber concentrado en sus frentes los "diferentes colores de energía": morado, rojo, rosa, blanco. Así transcurrió la primera jornada.
-El maestro Sicomorio (es un nombre ficticio, desde luego) ha tenido contacto con extraterrestres -me dijo casi en secreto el director- y en uno de sus viajes astrales conoció al maestro Jesús -agregó. Por supuesto que él no dijo "Jesús", ellos tienen otra forma de llamarlo, aunque sin duda se refería al profeta que todos suponemos.
-Muy rápido han aprendido ustedes a manejar las distintas energías -dijo el maestro Sicomorio-. Mañana, como último ejercicio, conocerán a sus maestros superiores, a sus guías cósmicos.
Que sus maestros cósmicos eran tres, dijo Sicomorio: el maestro Saint Germain, Homero, el poeta griego, y un gurú chino de nombre impronunciable. Lo dijo de tal manera que yo lo pensé bastante antes de volver al día siguiente. Llegué tarde a propósito y para entonces ya habían efectuado un ejercicio, digamos de calentamiento.
-Ahora sí: están listos para entrevistarse con sus guías superiores. Ommmmmm.
Lo que siguó fue el relajarse otra vez, entornar la mirada, poner la mente en blanco, luego en morado, después pasar al verde y al azul y al resto de los colores. "Construyan en su memoria un santuario de una sola puerta que se abrirá hacia abajo". Yo intenté -lo juro- poner en práctica esas instrucciones, efectuar aquellas maniobras en mi mente, pero por más que lo deseaba la puerta que yo construí se abría hacia el otro lado. "Ahora, abran esa puerta para que pase el primero de sus maestros... saluden así y asá... dejen que él se presente..."
-¡Excitante! -dijo alguien al terminar el ejercicio. Otros estaban conmovidos hasta las lágrimas.
Alguien confesó que había conocido a sus maestros y que uno de ellos era su abuelo materno, quien murió décadas atrás; una mujer de no muy malos bigotes reconoció en uno de sus maestros a un antiguo vecino de su época preparatoriana; otro más mencionó a un chamán de no sé cuál tribu y alguien se atrevió a decir que había hablado con Jesucristo. "El maestro Jesucristo", dijo.
Para qué voy a decir que no vi nada. En mi mente, durante ese ejercicio, se dibujaron dos siluetas remisas a cada instrucción de Sicomorio. A ninguna reconocí, nadie me habló. Ninguno dijo "esta boca es mía"; sin embargo, también yo debía describir en la sesión plenaria a mis maestros superiores, aquéllos con los que a partir de entonces debía mantener contacto, acudir a ellos a través de la meditación, pedirles consejos, anticiparme al futuro.
-Conocí a uno de mis maestros superiores -dije con falsa alegría-: es Rigo Tovar.
No me creyeron Sicomorio ni mi compañero de la oficina -él se entrevistó con Shakespeare, pero nada entendió porque sólo habla español-. La secretaria menos agraciada dijo: "Ay, se habrá visto reguapote con sus lentes negros, igualito que usted, licenciado". El director administrativo me encargó que pidiera un autógrafo para él en la próxima entrevista. El director de planeación me aconsejó:
-No sea güey, licenciado; en la próxima, pídale que le dicte una canción.


Para quienes no saben quién es mi maestro espiritual,

les dejo acá un clip de la película

Rigo, una confesión total

(Ecran films, 1979), documental de Víctor Vio.


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