Semana de pelis

"Cabrona, me measte... Y esa mancha no se quita"
Dicho popular.



Toda la primavera -y también casi todo el verano- me la pasé deseando el único ejemplar de una novela que encontré en la Kappa cada vez más estropeado por el incesante manoseo de los que, como yo, acuden con frecuencia a las librerías para comprar nada. Se trataba de El Búfalo de la Noche, la novela de Guillermo Arriaga (por si acaso hubiera un despistado leyendo esto, el guionista -sorry, el escritor; al tipo le choca que lo llamen guionista- de Amores Perros, 21 Gramos, Los tres Entierros de Melquiades Estrada y la indigesta Babel), y porque su valor rondaba los doscientos pesos pasé de hacerlo mío (esos precios, ya lo he dicho tantas veces, son prohibitivos para un maestrito de rancho). Para bien o para mal, de vez en vez la vida nos ofrece invaluables pruebas; la que les contaré fue la oportunidad para entender el valor de la paciencia.

A pesar de cualquier aislamiento que uno hubiese experimentado este agosto, habría sido técnicamente imposible mantenerse ajeno a la publicidad de la que gozó la versión cinematográfica de El Búfalo... (con guión y producción del mismo escritor) durante las últimas semanas. Lo que diré a continuación los autoriza a llamarme descarado por poner en práctica lo que debiera contarse solo como chiste: decidí esperar a que saliera la película en lugar de comprar el libro en mención.

Aproveché entonces el descuento de los miércoles para ver la dichosa película. Tres horas más tarde (porque fueron tres horas, ¿verdad?, o al menos a mí así me lo pareció) no sabía si felicitarme o maldecir a la suerte. El melodrama de Arriaga (porque eso es, no nos hagamos) me dejó sumido en un mar de sensaciones y reflecciones contradictorias. Quedé, en primer lugar, sorprendido por no abandonarme a los sueños que me acosaron todo el tiempo; frustrado por no haber tenido el valor suficiente para abandonar la sala en cuanto sobreabundaron los acostones y las mamadas innecesarias (aunque eso sí, muy oportunas si lo que se pretendía era atraer alguna vez las miradas a la pantalla) y esos larguísimos diálogos que vienen siendo otro tipo de felación; furioso por haber malgastado veintitrés pesos en la taquilla, pero feliz, en consecuencia, por no haber comprado el libro. Extraños caminos...

Del cine me fui a Blockbuster; no me iba a quedar con las ganas de ver una buena película.

Cuando la resaca de la metamorfosis caduca, Pesina se convierte en un tipo de lo más normal: tranquilo, amable, casi sensato; durante esas etapas -breves, por cierto- llega, a veces, a exhibir un sentimentalismo vergonzoso. Sugerencia: A partir de aquí, convendría leer el texto acompañándolo con un fondo musical de la Rondalla de Saltillo.

Hay una película que me (nos) gusta demasiado, que me (nos) seduce cuantas veces aparezca en video o en la programación de TV: Wicker Park. No ha sido una ni dos ni tres; muchas voces se alzaron para decirme que esa copia hollywoodense ni siquiera se acercaba a la original francesa, que debería ver ésta y no aquélla. Puesto que no iba a discutir con aquellos insensibles las emociones que me (nos) provoca esta versión a todas luces amelcochada, me limité a ignorarlos soberanamente y a darle play al aparato reproductor (de DVD's). Esta vez me encontré la mencionada versión original, L'appartement entre las curiosidades de la tienda y me la llevé, confiado en que me ayudaría a sacarme la espinita. Y sí, en cuanto a la atmósfera que recrea, su progresivo suspenso y las actuaciones de esa memorable pareja (la misma de Irreversible), Vincent Cassel y Mónica (mamita) Bellucci, la película es todo un agasajo. Sin embargo, y puesto que (a veces) soy un romántico, romántico de corazón, romántico, es decir un cursi sentimental irredento, me quedo con la versión gringa (que vengan los abucheos) y su final de cuento de hadas y su música de Coldplay y que viva el amor y etcétera, etcétera, etcétera.

Aprovechando las recompensas que da la membresía Cliente Distinguido de Blockbuster (que son un absoluto engaño, créanme), también vi esta semana El latido de mi corazón. Y no es lo que están pensando. Ya me parece escucharlos decir que Pesina es un ridículo sentimentaloide de ésos que se encierran a suspirar, a releer arrugadas cartitas atesoradas desde su adolescencia temprana, a lloriquear y llenar de mocos las almohadas mientras repasa las películas ochenteras de Tom Hanks y Meg Ryan. Lo soy, y de los peores, pero no es éste el caso; nada de eso, se trata de otro peliculón francés muy versátil que les recomiendo ampliamente (por cierto que, dicen las malas lenguas, es otro remake, aunque también, dicen las lenguas buenas, quedó mejor que el original). De ahí me seguí con La copista de Beethoven (con Ed Harris haciéndola del master), la que está, digamos, un puntito más que pasable. Y finalmente vi una película tailandesa de horror, tan mala que de ella solo podría recordar la tonadilla de los créditos; desde luego, nunca la letra.

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