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UN ACTOR SE PREPARA
¡Corte!

Se detiene la escena. Los actores y el personal técnico están molestos. El director intenta explicar otra vez:

-Ya sé que no eres actor, ya sé que te cuesta trabajo. Concéntrate. No es difícil. Se trata de una escena dramática. Un incendio en la vecindad. Llegas. ¿Dónde está tu hijo, dónde está tu querido Becerrito? Entras a tu casa en llamas, lo buscas. Los vecinos suspiran, los vecinos lloran. El momento más dramático de la película es cuando sales con la cara manchada de ceniza. No puedes decir simplemente "mi hijo, mi hijo" como si fuera algo intrascendente. Tienes que hacer un esfuerzo, meterle filin. ¿Has oído hablar de Stanislavski? No importa. Busca dentro de ti, Cornelio. Recuerda algo triste, ¿nunca has tenido una vivencia impactante? Invoca ese recuerdo. Métele ganas.


Idos de la mente/Crosthwaite, Luis Humberto. 2001. Joaquín Mortiz. D.F., México. 192 p.



A saber por qué las cosas son tan complicadas. Uno quiere leer, lo disfruta, pero los libros que desea están siempre fuera de sus posibilidades. Hulk tenía que regalar un libro esta semana (uno de los seminaristas mencionó Madam Bovary y el mentado mentor no desaprovechó la oportunidad para enfrentarlo con el personaje que dice practicar una religión propia). Las obras clásicas están, la mayoría de las veces, a muy buen precio en cualquier supermercado, pero las recientes no. Hay una supertienda, cerca de mi casa, que pone de vez en cuando los libros en oferta.
No sé si se haya tratado de una ganga esta ocasión, lo que sí sé es que este libro, que me vendieron en menos de treinta pesos, es una muestra de la mejor literatura que se produzca actualmente en el norte o en el centro o en el sur de la república: Idos de la mente. La increíble y (a veces) triste historia de Ramón y Cornelio, de Luis Humberto Crosthwaite, es la novela de la que hablo. Ya de vuelta a casa, casi me dio pena hacer cálculos y concluir que, por la venta de ese libro, la cuenta de ahorros del autor no se incrementará ni tres pesos.
El mayor acierto de la novela de Crosthwaite es haber llamado a ese dueto norteño Los Relámpagos de Agosto. Ese nombre no es en modo alguno la simple forma de sustituir, en la ficción, el nombre original de Los Relámpagos del Norte (dueto conformado por Ramón Ayala y Cornelio Reyna, disuelto a principios de los 1970's), sino la alusión a la obra de Jorge Ibargüengoitia de donde Crosthwaite, evidentemente, abreva.
La novela se nos presenta como una gran caja de sorpresas tanto en lo anecdótico como en lo técnico; se nutre de lo que la industria del espectáculo ha convertido en Historia para construir una nueva epopeya desacralizada (una parodia, pues) en la forma de una narración miscelánea que se apoya en lo epistolar, en el reportaje, en la carta comercial, en el texto dramático y en la narración oralizada sin escatimar sus buenas dosis del más puro estilo poético.
Idos de la mente. La increíble y (a veces) triste historia de Ramón y Cornelio es, de principio a fin, un jugueteo entre la verdad y la mentira, entre lo culto y lo vulgar, entre la prosa y el verso, entre el sonido y el silencio. Desde el mismo título-subtítulo de la obra -matrimonio formado por un título de Cornelio Reyna y otro de García Márquez-, la novela promete lo que en 192 páginas -sin demasiados párrafos, además- cumplirá a cabalidad. Mientras nos va presentando -con estilo desenfadado, divertido, irónico y al mismo tiempo patético- el nacimiento, madurez y muerte de Los Relámpagos de Agosto, Crosthwaite va echando mano de todos los recursos y va haciendo un guiño tras otro a múltiples elementos culturosos (Buba Alarcón dixit) que corresponderá a cada lector identificarlos o no, pero que en cualquier caso cumplen una función ajena a la simple referencia.
En su primer trabajo (una cantina), los músicos principiantes dicen a la clientela:
¿Le tocamos una canción?
No
¿Un corrido, un bolero?, ¿lo que guste?
No
¿Algo para bailar?
No.
Las tres tumbas, La cárcel de Cananea, Nocturno a Rosario.
No
Dos amigos, La puerta negra, Suave patria.
No.
Eslabón por eslabón, Sonora y sus ojos negros, Muerte sin fin.
No.
Libro abierto, Los pescadores de Ensenada, Piedra de Sol.
No.
Como el anterior, hay muchos otros episodios en los que el lector no puede reprimir el impulso de mentarle la madre a Crosthwaite (desde luego en buen plan), pero baste la narración de una de las cuatro muertes de José Alfredo (amigo de Cornelio y, al igual que éste, prestanombres durante algún tiempo del verdadero compositor: Dios):
Nadie nota a la asesina solitaria acercándose con una pistola Beretta, calibre .38, y un ejemplar de la novela The Catcher in the Rye en su bolso de piel marrón. Cornelio es su ídolo, lo admira, lo ama, tiene todos sus discos, pero lo tiene que matar.
Una bala zumba en el aire.
José Alfredo no tiene ganas de morir, sólo que se acerca a Cornelio en el momento equivocado. Dos pasos a la izquierda y hubiera sido otro el desenlace; dos pasos a la derecha y la bala penetra uno de sus pulmones.
La bala destruye tejidos importantes y la ambulancia tarda en llegar.
En medio de la conmoción y de la gente que corre despavorida hacia todos los rumbos posibles, Cornelio se agacha, todavía sin comprender, y se acerca a su amigo agonizante en el suelo.
Alcanza a escuchar sus últimas palabras: -Yo también hablaba con Él.
Desde que Ibargüengoitia abordó el avión aquél, muchos han querido, por admiración o por envidia, conseguir la combinación exacta que dé a sus propias obras, al mismo tiempo, agilidad, ironía y una desgarradora verosimilitud. Porque Dios podrá componer canciones para luego regalárselas a Martín Urieta o a Óscar Chávez, pero ni cumple antojos ni endereza jorobados, muy pocos lo han conseguido. Mantener ritmo, tono, voz, pensamiento y corazón en el mismo sitio no es tarea para oídos deficientes. Luis Humberto Crosthwaite ha hurgado en la esencia de nuestros mejores trovadores y de nuestro humorista mejor al grado de conseguir, en Idos de la mente, una historia que entra fácil por nuestros oídos, que comprendemos sin la menor dificultad; corrido que tarareamos sin apenas darnos cuenta, creámoslo o no. Crosthwaite ha compuesto una novela que no dejará de sonar.

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