Divino castigo

Ayer se cumplieron 257 años de la fundación de la villa de Santa María de Aguayo, la que hoy conocemos por Ciudad Victoria, este sucio agujero, capital política de Tamaulipas. La Expo-feria Victoria, por otro lado, concluye hoy, luego de permanecer tres semanas protagonizando algo parecido a la hibernación.

Hasta el año pasado Ciudad Victoria celebró en octubre su Feria Regional: una exposición ganadera y artesanal más unas cuantas atracciones mecánicas que se repite sin cambio sustancial año tras año, igual que sus tiovivos. Hasta hace pocos años esa expo-feria se llevó a cabo en lo que mi generación conoció como "los terrenos de la feria", es decir el lugar que hoy ocupa el parque Tamatán, el que a su vez estaba en lo que hoy es el Zoológico del mismo nombre.

Como es sabido, el equipo multidisciplinario que concibió el proyecto del moderno zoológico eliminó por completo el concepto de parque recreativo donde se asentaba el zoológico antiguo y luego la ciudad tuvo que construir un parque nuevo en frente del anterior para lo cual echó mano de los terrenos de la feria; todo eso con las obligadas consecuencias que llamaré "ecológicas" solo por utilizar un término abarcador. La Feria, desde entonces, se ha efectuado en territorios prestados y mal acondicionados con sede regular en las instalaciones de la Asociación Ganadera. Resumiendo este background, diré que mientras la ciudad sigue creciendo -hablo del aspecto poblacional y de ninguna otra cosa- la feria se ha estado volviendo cada vez más desnutrida, menos funcional, desangelada entre tanto lodo y polvo según el humor del clima: tan laberíntica y patética como una vecindad de ciudad vieja.

Dicen los ancianos que antes en la feria había charreadas, jaripeos y carreras de caballos, también corridas de toros. Yo no alcancé a ver eso, pero lo que sí pude ver fue un espectáculo que ya entonces -en los años ochentas- daba risa: la mujer que, por desobedecer a su madre, sufrió el castigo de verse convertida, del cuello para abajo, en una horrible serpiente. O en una araña gigante el otoño siguiente. Ese espectáculo está de vuelta en la Expo 2007 y, por una cantidad que resulta ofensiva en cualquier caso, uno puede enterarse de los pecados que llevaron a esa mujer a sufrir tan ominosa condena. Una pena penosa, a decir verdad, pero también tan bien remunerada.

A finales de los sesentas mi padre cruzaba su adolescencia tardía y, como los demás varones de su edad, escolaridad y extracción social, sobrevivía trabajando en una de las tantas desfibradoras de henequén. Unos casados y otros a punto de hacerlo, nada les impedía a los muchachos visitar el parque de Tamatán (en aquel tiempo el zoológico se reducía a unos cuantos venados y jabalíes) y después la Feria en plan de alegre soltería.

De quince en quince pasaban los victorenses -entre ellos mi padre y otros henequeneros- a satisfacer su curiosidad morbosa en la carpa de la mujer serpiente, "la que sufrió esa horrible transformación por atreverse a golpear a su madre".

-Ándele, jija de la chingada, pa' que no vuelva a pegarle a su jefecita -dijo uno de los henequeneros al tiempo que le lanzaba a la mujer lo primero que encontró: una paleta de sandía que se desbarató en la frente de la desobediente.


En la carpa de la mujer serpiente, este octubre, hay un letrero que dice: PROHIBIDO ENTRAR CON ALIMENTOS.

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