Un poetazo

En una entrega anterior mencioné (o tal vez no) que tengo muy mala memoria. Hay gente que dice lo contrario mas no logro entender el porqué. A propósito de esto, el otro día sucedió una cosa que ahora iba a relatarles, pero ya no lo recuerdo bien. Dejémoslo entonces para otra ocasión.
Total, soy un desmemoriado. Y eso es un problema grave para un mentiroso y fingidor profesional como yo. Ya se imaginarán lo difícil que es dar continuidad a un engaño si uno olvida los detalles que parecen nimios. En una mentira nada lo es. Creo que esto último no venía al caso decirlo y es mejor no proseguir por esa línea aunque a veces resulte imposible evadir los temas que aparecen en el camino como ciervos lampareados. No sé ustedes, pero a mí así me ocurre, voy y vengo de un tema a otro distinto con absoluto descaro.
Ahora que lo recuerdo -y cierto que debí decirlo antes-, el lunes por la tarde una tal Cecilia Balderas o Barrera o Barraza o nosedequé me va a hacer una entrevista para el IMER, después de las seis; si me dijo el nombre del programa o si la transmisión será en vivo, créanme que ya no me acuerdo, pero estén pendientes, ¿no? Confieso, acá, entre nosotros, que mis respuestas pueden no ser muy coherentes y lo que diga al final tal vez no coincida con lo dicho en el principio. Pero tengo todo el derecho de contradecirme. ¿O no? Una vez alguien dijo que yo hacía zapping en cada conversación. Puede que eso sea cierto; pero aguanten, que ya estoy a un paso de volver al punto que quería tratar:
El viernes me compré un libro. Un libro chingón, si me permiten decirlo de ese modo. Otro día, no hace mucho, estuve leyendo un artículo de Óscar de Pablo que me dejó igual que a los venados de los que les hablo: deslumbrado. (¿Alguien podría explicarme en qué se inspira la expresión ésa de los ojos cuadrangulares?). Luego leí unos poemas de ese mismo bato y me quedé pior (lo que, dicen, es un grado más que peor). No agregaré nada para describir o evaluar los textos de Óscar de Pablo porque yo de poesía nada sé. Por eso digo que el libro es una chingonada y con eso creo que mi idea queda suficientemente explícita.
Pues he aquí que arranqué del estante Debiste haber contado otras historias (FETA-IQCA. México, 2006). Pagué, charlé unos minutos con la chica del mostrador -algo acerca del catálogo y del sistema contable, que fallaban- y luego enfilé hacia el estacionamiento. Ya estaba leyendo el poemario recargado en un automóvil ajeno. Me detuve en la página dieciocho, no podía pasar de ahí. En eso vino corriendo la muchacha de la librería: agitada, palpitante, en su frente sonrosada unas gotitas lampareaban también: había olvidado anotar el código del libro ya que la computación fallaba. ¿Ven que no soy el único de mala memoria? Se lo dicté y así lo hice también con los nombres de un autor y un libro que inventé al instante para que no se marchara, incluso algo le expliqué de la poesía contemporánea. Yo, que de poesía nada sé. No me juzguen por eso, algo había que hacer para que la chica no sufriera un colapso. Por fin se fue ella y yo también. El libro no, él quedó sobre el capote de aquel coche ajeno, donde lo puse para platicar con la mujer de las gotas. Eso le puede pasar a cualquiera.
Y ya que lo pensé mejor, digo que mi memoria no es del todo mala. Puede, por ejemplo, recordar íntegro el texto de la página decimoctava, el que cuelgo acá para el contentamiento mío y el de ustedes:


Materialismo erótico

Aunque apenas ahora lo comprenda, vivir
fue siempre esto: la horizontalidad
terráquea del abrazo, el tacto innumerable, la
caricia,
el olor de la albahaca y del tiempo
concentrado en su cuello,
y ese gozo irresuelto que no acaba. Ante el cálido
roce
de esa piel, de esa mano,
nadie podrá hablar mal de la materia. Nadie
podrá decir, mirándola a los ojos,
que la belleza física
sea una cosa superflua. Nadie podrá decir
que fuera de estas sábanas
exista Dios o nada
parecido.




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