Un lado de Socorro

Supe que existía Socorro Venegas en agosto del año 2002, la vez que, paseando por los estantes de la librería Kappa encontré un ejemplar doble de Tierra Adentro dedicado al cuento. Una revista tan gruesa como mi portafolios a un precio de $30.00 era demasiada tentación para un bolsillo tan sensible como el mío. Ya había visto antes esa revista, en mi época universitaria, cuando me pasaba las tardes en la biblioteca leyendo la Biología en vez de observar la vida que estaba afuera. En ese tiempo alcancé a leer algunas cosas que no entendí del todo (hablo de laBiología y de la revista). Socorro Venegas era la directora huésped de Cuentario, ese número doble de agosto-noviembre de 2002. Dos números sin desperdicio, pensé entonces, sigo pensando igual. Supe también, a través de esos números, de Francisco Hinojosa, Alberto Chimal, Fernando de León y Eugenio Partida, supe del cuento. Huelga decir cuánto me gustó la revista (sobre todo el precio), compré el siguiente número (de ciudades) y ahí encontré la convocatoria del Premio Julio Torri. Lo demás es irrelevante.

Dice Jesús Marín que a él le pasó igual. Su novia cumplía años y él no había pensado en nada que regalarle. Pasó apresurado por una librería Educal y alargó la mano en los estantes del Fondo Editorial Tierra Adentro (el precio antes que todo), lo que pescó era un libro de Socorro que, sin envolver, dio minutos más tarde a la festejada. "Socorro Venegas, ¿y ella quién es?", preguntó la chica. "Ah, una morra que escribe chido". La providencia actúa siempre, decía mi abuela. Resultó que al siguiente día la novia de Marín telefoneó para agradecerle el regalo, pues el libro le había impactado hasta el orgasmo (estoy exagerando, desde luego, pero cuando habla uno de Marín no puede decir otra cosa). Lo que siguió en este caso fue que Jesús le pidió prestado el libro a su novia para leerlo y terminó por quedárselo.

En septiembre del año pasado me invitaron al Encuentro de Escritores de Tierra Adentro, en Ciudad Juárez. Siempre me pasa que en el avión todos se conocen, todos platican y bromean excepto yo, que voy de tan lejos al centro y luego al otro norte. En el aeropuerto de Juárez me presentaron a Socorro. Su chamarra de mezclilla y sus lentes de pasta se me quedaron grabados para siempre, lo mismo que su sencillez. Más tarde descubriría que socorro era además muy divertida sin abandonar nunca el matiz de seriedad que la define. Uno de esos días leímos juntos en una universidad privada donde acompañamos a Magali Velasco y a Mayra Inzunza. Mayra presentaba entonces la antología de los Novísimos..., donde incluye un cuento de Socorro. Mientras esperábamos a que el rector a punta de amenazas llenara el auditorio, Socorro nos contó de su bebé.

Había pasado un mes cuando nos saludamos nuevamente en Monterrey, en el Encuentro de narradores de Tierra Adentro que el CONACULTA incluyó en la Feria Internacional del Libro. La volví a ver llegar con su mezclilla azul, sus lentes de aumento y el cabello negro hasta los hombros. Leímos en mesas separadas y comimos, a veces, en la misma mesa.

Hace poco más de un mes, en el Encuentro de Durango, Socorro no lució su chamarra azul, pero su sonrisa, su cabello suelto, su gracia y su inteligencia estuvieron presentes todo el tiempo. Otra vez nos tocó leer en la misma mesa, la de cuento, el primer día. El resto del encuentro yo lo dediqué a escuchar algunas ponencias y a beber cerveza. Socorro en cambio tuvo dos participaciones más, una en la que se comentaba el panorama de la novela actual y otra más sobre la nueva narrativa del norte. En Durango nuestro hotel quedaba muy lejos del auditorio, así que Socorro y yo viajamos varias veces juntos en el taxi. Durante los recorridos me contó de su bebé (quien por cierto cumplía años), de su esposo que es instructor de natación (¿o de clavados?) y de su jefe: Francisco Hinojosa. Quizá de esto último le venga el buen humor.

A fuerza de tantos encuentros nos despedimos esta vez como grandes amigos. Socorro me regaló un ejemplar de su libro La muerte más blanca (FECAM-ICM-CONACULTA. 2000), que la ratifica como la gran contadora de historias que es, una mujer dueña de una sensibilidad que encanta y de una inteligencia que da miedo.

Dice Socorro, al final de El secreto de Johnny Deep (p. 61):

"Desde la ventana de su habitación vacía, vi a Johnny marcharse en una limosina negra, como ésas en las que viajan las estrellas de Hollywood. Las estrellas sin sombra."

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