Quentin Tarantolas

A Ruth del Río, Rodolfo Favela y José Luis Rodríguez Ávalos, quienes integraron el jurado del XIII Premio Carmen Báez, les pareció buena la idea de incluir en la selección nacional el cuento mío ...and again, and again, and again...
Este 2006, participaron 236 trabajos de todo el país, obteniendo el primer lugar Patricia Ferreyra, de dieciséis años, originaria de Morelia, con el texto Santo Domingo.
La selección nacional, que cuenta con algunos trabajos muy buenos y otros decididamente malos -entre ellos el mío-, se editó bajo el auspicio del Colectivo Artístico Morelia, A.C. y la Secretaría de Cultura de Michoacán; reúne veintinueve relatos, cuentos breves y las minificciones de Edgar Omar Avilés y Marcos Rodríguez Leija, dos de los buenos.


...and again, and again, and again...

Un espacio hermético, escasamente iluminado, un sótano inserto en cualquier lugar fuera del mundo; aquél era el sitio perfecto para un encuentro de esa naturaleza. En el centro de un improvisado cuadrilátero, el héroe mexicano, envuelto en un traje de plata con una "s" en la máscara, se enfrentaba al héroe norteamericano de traje azul y rojo con una "s" en el pecho. Como era costumbre, el primero encarnaba los más puros ideales; el segundo, entre tanto, atravesaba uno de aquellos desequilibrios emocionales que lo tornaban de héroe a villano en cuestión de segundos. El primero, muy a su estilo, arrojó a un lado la capa antes de iniciar la contienda; mucho antes el segundo se deshizo de los inútiles anteojos y pretendió absurdamente valerse de la visión de rayos X que, en aquellas circunstancias, apenas lograba traspasar la trusa plateada del oponente. El primero aprovechó aquel momento para sorprender al segundo con un tope a la barbilla, derribarlo y aplicar "la de a caballo". En aquel espacio tan reducido la capa roja se convertía en un verdadero lastre cada vez que el gigante americano intentaba, ya no se diga volar, sino erguirse siquiera en medio de los garabatos humanos a los que el mexicano lo sometía. Todo habría resultado a favor del primero si éste no hubiera antepuesto a todo los valores que encarnaba. La honestidad y la pureza resultaron ser armas ineficaces contra el rudo marrullero en que el segundo se convertía bajo los influjos del mineral rojo. En cuanto se sintió perdido, el segundo aplicó toda la fuerza de sus garras de acero sobre los testículos sagrados del primero. Lo que siguió fue un baño de sangre. La "s" de la frente fue arrancada de una sola mordida y, en respuesta, cuatro arañazos sanguinolentos sustituyeron a la "s" en el pecho del otro. Lo demás fue la historia de siempre, otra vez la batalla que el primero perdía inexorablemente, una contienda más en que la plata reiteraba su maleabilidad frente al acero. Afuera el mundo seguiría siendo igual, los poderosos dominarían a los débiles por los siglos de los siglos. Adentro, los disfraces maltrechos de Superman y El Santo terminaron mezclados en el piso, como fiel reflejo de la fusión de los cuerpos sobre la cama.


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