Víspera de nada


Lo he dicho demasiadas veces: en las escuelas rurales deberían estar los mejores maestros y los más completos recursos didácticos.

Cada año, los institutos nacionales y estatales de evaluación pretenden medir con la misma escala a estudiantes dispares de educación secundaria y preparatoria. La misma prueba para evaluar el aprovechamiento escolar (así llaman ellos al proceso de responder un test de 180 reactivos) en zonas marginales y metropolitanas, en escuelas públicas y privadas, en áreas rurales y urbanas, en escuelas unitarias y completas. El mismo examen de tres horas y veinte minutos, aplicado a la vez en aulas aclimatadas y unidas a la Internet que en paupérrimos bodegones o chozas de carrizo carentes de televisor, luz eléctica, pizarrón, mesabancos o incluso maestros. Las dependencias de educación, por su parte, complementan esa simulación desarrollando ingeniosos métodos de adiestramiento que hacen llegar a las comunidades con el desesperado propósito de lograr que sus estudiantes respondan a los cuestionarios en forma exitosa. Sobra decir que -al menos en lo que concierne a Tamaulipas- esto no se ha conseguido.

Si bien sabemos que en el medio rural la escuela constituye la única puerta por la que el pueblo eche un vistazo a la cultura mexicana y universal; si entendemos que en tal situación de aislamiento (geográfico, económico y social) es la escuela lo único que pondría en condiciones de competencia nacional a estudiantes cuyos hogares no cuentan con receptor de TV, servicio de Internet o suscripción a un periódico, ni sus comunidades con bibliotecas, museos, teatros o casas de cultura en activo; si sabemos todo esto, ¿cómo permitimos que las escuelas ubicadas en áreas marginales sean, además, las menos equipadas?

Ahora, supongamos que el estado quiere llevar la educación a todos los confines del país. Puesto que, entre otros problemas, la dinámica migratoria experimenta un crescendo continuado, los gobiernos de todos los niveles se niegan a invertir en proyectos educativos poco seguros; a menos, claro está, de que esos proyectos les reditúen dividendos electorales. Pongamos entonces que se abre una escuela en una comunidad remota y escondida. Habrá que suministrarle maestros. ¿A quién contrataría el estado?

Mi opinión es que si la apertura de ese centro escolar obedeciera a una intención legítima de brindar educación y progreso, debería contratarse a los mejores profesores, profesionales especializados no sólo en didáctica sino también en desarrollo de áreas marginadas. Dentro de esa misma idea, las escuelas debieran nacer, si no con una infraestructura convencional completa (aulas, sanitarios, biblioteca, laboratorios) sí con los medios indispensables para que se verifique una educación que responda a las necesidades actuales (educadores por área del conocimiento, libros de texto, biblioteca actualizada, computadoras con servicio de internet, equipo multimedia). Una escuela rural de éstas debería ser capaz, a la postre, de fomentar la creatividad, la cultura y los proyectos productivos, un motor de progreso en todos los aspectos.

No está el gobierno para caprichitos, así que todo ocurre regularmente al revés. En primer lugar las escuelas empezarán de la nada: sin aulas didácticas ni oficinas ni archiveros ni mesabancos. Ese ciclo escolar iniciará en la plaza pública o en las instalaciones de otra escuela o bien en algún salón de usos múltiples del que deberán salir cada vez que haya asamblea ejidal. El primer año se irá entonces en reunir el mobiliario entre donaciones y préstamos o en conseguir un terreno donde, con un poco de suerte, luego de tres o diez años empezará la construcción de las instalaciones propias. Si usted supone que tal construcción jamás se verificaría de contar con una población escolar reducida, está en todo lo correcto. Como si eso no fuera suficiente, en estas escuelas y comunidades actuarán (nunca esta palabra fue mejor empleada) como educadores quienes por una u otra razón no consiguieron un empleo mejor en otra parte. Los especialistas, muchas veces, encuentran en la ciudad mejores condiciones fuera de la educación pública; un empleo mal remunerado incluso, pero con la opción de trabajar en varios lugares durante el día. El área rural, en consecuencia, se llena de profesionales de cualquier cosa metidos a la educación, acaso con muy buenas intenciones, pero sin perfil pedagógico ni vocación social ni ánimos para compensar esas carencias.

En modo alguno lo anterior significa que, en contraparte, los maestros de carrera estén bien preparados o suficientemente comprometidos con su profesión. Aquí y allá se advierten carencias en los aspectos más elementales, además del nulo interés por la actualización. Tenemos en muchas de nuestras escuelas rurales educadores que, amén de sus limitaciones metodológicas y técnicas, leen muy poco o ni siquiera saben leer (no pienso explicar esto); no han aprendido a usar una computadora y si la usan es tan sólo para chatear, descargar canciones o practicar algún juego; no asisten al teatro ni visitan museos; pronuncian ondas persianas o luz inflarroja sin saber bien de lo que quieren hablar o recitan en clase: Pero mas sin en cambio se mueve cada vez que tocan el tema Galileo.

Si a esto le agregamos que las dependencias encargadas de administrar la educación pública no están a cargo de pedagogos o investigadores distinguidos sino de políticos decididamente mediocres, pues ya tenemos claro el futuro de la educación rural. La situación no sorprende a nadie; a decir verdad, se están cumpliendo las expectativas de nuestros gobiernos, ésas que jamás se reconocerían en los informes públicos. La educación media rural es, no nos hagamos, otro instrumento de control político. Otro laboratorio donde se fabrican falsas democracias y efímeras justicias sociales entre coloridos humos y sospechosos olores.

Conozco, sin embargo, algunos que merecerían una felicitación especial el día de mañana. Pero nunca un cumplido oficialista. Las dependencias gubernamentales nada saben del esfuerzo de ellos. Y es mejor que no lo sepan.

Maricela, Ángel, Cristina, los dos Migueles, Édgar, Eleno, ambas Noras, Víctor, Irene, Héctor y Eliacim: que tengan el mejor Día de lo que ustedes quieran.


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